Comenzó a escribir y hablar en público en protesta y denuncia contra esas barbaridades. Siempre infructuosamente, inútilmente. Las personas no parecían interesadas en la valiente y decente voz de Dietrich. Su pluma, por momentos afiebrada, demandaba de la humanidad alemana un mínimo moral de consideración por la paz y la vida. Un reclamo, valiente y temerario, que inexorablemente recibía silencio y soledad.