Lo dijo Jorge Lanata y nadie, aunque en la coalición de gobierno lo aborrecen, lo desmintió. “Me encontré con dos ministros que decían que Alberto no termina” contó y confirmó lo que cualquier periodista o dirigente político tiene en su análisis como una posibilidad cierta desde hace ya largas semanas.
Su gestión es tan pero tan mala que un gobernador que no fue identificado se lo dijo en persona “o cambias y tomás medidas o te quedan 20 días”. Ninguno de los muchos otros mandatarios provinciales presentes en el cónclave lo corrigió, con su silencio todos avalaron el dramático diagnóstico. Debió haber sucedido hace un mes, tras la salida de Martín Guzmán del Ministerio de Economía, Pero, por fin, el presidente reaccionó y tomó una decisión: Sergio Massa se suma al gobierno.
Las negociaciones posteriores fueron una muestra del pésimo funcionamiento gubernamental: decenas de reuniones, centenares de llamados telefónicos, nula comunicación oficial; marchas y contramarchas; operaciones y especulaciones; dudas e incertidumbre.
Como sea, un par de días después se informó que Massa será un “súperministro” que unificará los ministerios de Economía, Producción y Agricultura. Su designación fue aceptada a regañadientes por el presidente que, finalmente, entendió que es su última oportunidad: o Massa endereza el rumbo del gobierno o el gobierno se termina.
Los otros cambios en el gabinete, menores pero importantes, revelan la desorientación del primer mandatario: los funcionarios incorporados hace apenas un mes, Silvina Batakis y Daniel Scioli, fueron reubicados en cargos de menor relevancia y con un destrato inocultable e idéntico al que recibieron los otros “hombres y mujeres del presidente” como Matías Kulfas o Marcela Losardo. Y, peor aún, responsables por su impericia de buena parte de la crisis económica, el titular del Banco Central Miguel Pesce y el secretario de Energía Darío Martínez, siguen por ahora en sus cargos.
La advertencia “o cambias y tomás medidas o te quedan 20 días” llegó tras un par de semanas de gestión incoherente, descoordinada, ineficaz y hasta delirante.
Algunas anécdotas de esas semanas de confusión general.
Basado en información incorrecta, el presidente acusó al sector agropecuario de “especular para provocar la devaluación” y aseguró que “los especuladores no me van a torcer el brazo”, mandó a decir a sus funcionarios que no se establecería un tipo de cambio especial para el agro, volvió a acusar a los productores agropecuarios que “esperan la devaluación” y, finalmente, estableció un “dólar soja”. En rigor de verdad, la medida corresponde al Banco Central, pero nadie duda que fue decidida por el Poder Ejecutivo. Lo que tampoco nadie duda es que será un fracaso como la anunciada para que los turistas extranjeros ingresen sus dólares en un banco y reciban pesos a un tipo de cambio superior al que accede cualquier ciudadano argentino. Ningún productor agropecuario que no esté urgido de pagar bienes o servicios cambiará granos o dólares por pesos que se devalúan día a día, ningún turista entregará a un banco argentino dólares billetes para que le den una tarjeta de plástico o una aplicación virtual para hacer pagos en pesos durante su estadía en el país.
Peor aún, el establecimiento del “dólar soja” no fue defendido por ningún funcionario. Los titulares de la AFIP y del BCRA, la ahora renunciada Mercedes Marcó Del Pont y Miguel Pesce, se desentendieron y con cara de nada dijeron que “no hay desdoblamiento cambiario” cuando en el país existen, de hecho, al menos una decena de tipos de cambio diferentes. Y la también renunciada ministra de Economía, Silvina Batakis, ni siquiera pudo opinar al respecto porque estaba en Estados Unidos en una poco fructífera reunión con las autoridades del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. A su regreso, la flamante funcionaria que se comprometió a avanzar en el equilibrio fiscal se enteró que tiene que conseguir vaya uno a saber de dónde unos 14 mil millones de pesos para pagar a comienzos de agosto un “bono de mitad de año” a los beneficiarios del Plan Potenciar Trabajo. Y se encontró desplazada de su cargo.
Mucho peor aún, el anuncio del “dólar soja” se hizo el 26 de julio, en el 70° aniversario del fallecimiento de Evita Perón, cuando los sectores que dan respaldo (todavía y no se sabe hasta cuándo) al gobierno esperaban y exigían medidas contundentes contra los “especuladores y golpistas” entre los que identifican a los productores agropecuarios. La mínima mejora para los exportadores de granos no tendrá mayor efecto en el ingreso de divisas y, encima, enoja a los cada día menos aliados que tiene el presidente.
Así es la gestión del gobierno: incoherente, descoordinada e ineficaz. Y la construcción del poder, necesario para gobernar, se le parece mucho.
En un intento de relanzar la administración nacional, colaboradores cercanos al presidente convocaron a los gobernadores peronistas a una reunión con Batakis. Fueron nada más que 5 mandatarios provinciales, el resto se excusó con inverosímiles argumentos como “me avisaron muy sobre la hora, no tenía vuelo a Buenos Aires” cuando le preguntaron por el faltazo. Los capangas provinciales solo llegaron en patota al despacho del presidente para darle la advertencia antes mencionada.
La reticencia a mostrarse cerca del gobierno es evidente también en los programas de radio y televisión afines cuando no financiados por el Frente de Todos: los economistas que intentan justificar los intentos fallidos del gobierno tienen trayectorias bien menores como Sergio Chouza o Delfina Rossi. Los técnicos e intelectuales con pergaminos, cercanos ideológicamente al gobierno, hacen silencio o vomitan críticas a la tibieza del presidente.
En el entorno de Cristina Kirchner decían que “apoyaba” a Batakis y que ahora “apoya” a Massa y al gobierno todo, pero desde la renuncia de Martín Guzmán, a comienzos del mes de julio, la vicepresidenta no volvió a aparecer en público pese a que su plan era “mostrarse cada 15 días en actos políticos para bajar línea y marcar el rumbo del gobierno”.
“El gobierno quiere a la gente en la calle señalando a los destituyentes” contó la periodista Gabriela Vulcano y confirmó el delirio oficial: en lugar de buscar soluciones a los múltiples problemas económicos y sociales, estimula marchas y manifestaciones para responsabilizar a otros de su incapacidad. Mucho peor aún, hay dirigentes oficialistas de enorme irresponsabilidad como Juan Grabois que habla de “derramamientos de sangre” y anticipa “saqueos”.
Otro periodista, Maxi Montenegro, consideró que el gobierno solo apuesta al “Plan Durar” que consiste en, lisa y llanamente, aguantar y durar “como sea” hasta diciembre de 2023. Así las cosas, aquel diciembre queda lejísimos y por eso nadie se anima a retrucar a Lanata. No sólo los periodistas sino, sobre todo, los dirigentes políticos, gremiales y sociales advierten que el gobierno “está terminado”.
Ojalá que Alberto Fernández termine en tiempo y forma, el 10 de diciembre de 2023, el mandato presidencial con el que lo honró la ciudadanía. Pero para lograrlo necesitará hacer lo que hasta ahora no pudo en más de 2 años de gobierno: tomar medidas y resolver problemas.
Sergio Massa es la última oportunidad de ordenar un poco la política y la economía y darle a la gestión presidencial un final decoroso y evitar que se cumpla el vaticinio de “gobierno terminado” antes de tiempo. En el Frente de Todos creen que puede ser más que eso y que una buena administración durante los próximos meses puede devolverle competitividad electoral para pelear, con uñas y dientes, como gato panza arriba, sabrá dios con que candidatos, por la permanencia en el gobierno.
Prometen que Massa “oxigena al gobierno” y porfían que “le otorga volumen político a la gestión”. Lo interesante es que el “volumen político” que se anuncia fue prometido justo hace un año, después de la derrota del oficialismo en las elecciones primarias, con la llegada de Juan Manzur, Julián Domínguez, Aníbal Fernández, Juan Zavaleta, Daniel Filmus y algún otro funcionario al gabinete ministerial.