Argentina es el octavo país en el mundo por la dimensión de su territorio. En esa superficie, generosa en ambientes naturales, Argentina logró ser uno de los principales productores mundiales de nutrientes. Disponer de reservas energéticas suficientes para autoabastecerse y exportar al mismo tiempo si lo desea. El país no está en un lugar políticamente caliente del planeta. No hay en la región fallas geopolíticas con la gravedad y la tensión suficientes para alarmar y en consecuencia destinar recursos enormes a la defensa. Por ello nuestro sistema de seguridad nacional es de bajo costo. Carecemos de problemas raciales. Más bien es evidente la capacidad de la sociedad argentina de asimilar las etnias sin conflictos y de manera persistente. Tampoco tenemos problemas lingüísticos entre nosotros. Nuestra lengua oficial es el castellano y es la lengua madre de casi los habitantes en armonía con otras lenguas. En Argentina no hay conflictos religiosos de ningún tipo. Argentina no sabe de odios religiosos o fundamentalismos teológicos o extremismos teocráticos. El país no tiene ninguna tensión entre su población y entre sus instituciones o jurisdicciones por separatismo. No tiene conflictos de aduanas o puertos. Tiene un sistema estatal que da cobertura a todo el territorio del país de manera permanente, pacífica y significativa. Tiene un orden jurídico moderno, civilizado, racional, democrático y republicano. Sus relaciones internacionales se basan en el respeto recíproco y la cooperación persistente. El país participa de todos los foros internacionales más importantes y es signatario de todos los tratados del derecho humanitario con vigencia en el mundo.
Si bien el argentino promedio es apasionado, un tanto exaltado, exagerado en algunos modales, tal vez como heredad de lo hispano, árabe y sobre todo italiano, no pasa de lo meramente histriónico.
Visto así pareciera que Argentina es un apacible lugar donde las cosas marchan de maravillas. Pero no, la cosa no es así. De hecho, nos va mal, muy mal.
Y entonces, ¿Por qué nos va tan mal? ¿Por qué razón nuestros resultados son tan modestos, tan ineficientes, tan magros?
No somos una nación hecha de marcianos o extravagantes vaya uno a saber de dónde. No estamos condenados a ningún destino por ninguna maldición ni por ninguna bendición.
Aquí viene una perogrullada imprescindible para entendernos: Puestos a hacer las cosas bien, las hacemos bien y puestos a hacerlas mal las hacemos mal. Y eso es todo. De un tiempo a esta parte Argentina ha venido haciendo las cosas mal.
La pobreza es el signo visible y sensible más evidente de nuestro fracaso. La mitad de nuestra población transcurre sus días en la pobreza. La mitad de nosotros gasta sus días en la pobreza. Números más o menos esa es la situación de nuestra sociedad. Un tremendo y doloroso fracaso.
La humanidad no ha inventado otra manera de salir de la pobreza que no sea produciendo bienes y servicios que hay que venderlos a alguien que desee comprarlos. Se lo aseguro, no hay otra manera en toda la humanidad.
Cuantas más personas seamos, mayor deberá ser nuestra actividad comercial. Y cuanto mejor queramos vivir, más aún deberá crecer nuestro comercio. Es así. La humanidad no ha inventado otra manera legal y lícita de prosperar. El hecho de no entender este concepto ha producido verdaderas catástrofes en nuestra historia.
Esta cancha esta indefectiblemente marcada: se llama Intercambio Comercial.
Para poder incrementar nuestro intercambio comercial debemos encender los motores de nuestra economía. Imagine a nuestra economía como a un avión en la cabecera de la pista. Para poder volar y ascender necesita carretear y con sus motores al máximo vencer la resistencia del aire y así lograr despegar. Hay que activar nuestros motores y darles toda la potencia posible para ganar el cielo.
Pero la humanidad tampoco ha inventado más que tres motores para nuestro avión. No hay más que tres. Solo tres. Y no hay más. Las economías del mundo crecen y prosperan porque mantienen con potencia a los tres motores de la economía: el consumo, las inversiones y el comercio exterior. No esperen magia, no la hay ni la habrá. Esos son los tres únicos motores de la economía que ha inventado la humanidad en toda la historia.
La prosperidad es hija del comercio. El comercio gana altura con la fuerza y el ímpetu del consumo, las inversiones y el comercio exterior. No hay otra fórmula, se lo aseguro.
No hay magia en esto. No la hubo nunca. Ni la habrá. Hay sí un camino que tenemos que transitarlo para dejar atrás la pesadilla de la pobreza y la miseria. No hay nada más patriótico que salir de la pobreza. Ni nada más progresista que dejar atrás a la pobreza. No hay nada tan humanista, tan democrático, tan republicano y tan decente como derrotar a la pobreza. Sin magias.
No es imprimiendo billetes como se crea riqueza. Y mucho menos atrasando el tipo de cambio. Son supercherías de los demagogos de ocasión. Fraudes económicos que siempre terminan muy mal.
El camino de la prosperidad requiere pactos. Acuerdos morales, políticos e institucionales necesarios.
De esta situación los argentinos no salimos “prepoteanado” la historia. No salimos a los empujones o con gritos y amenazas. No vamos a arrancar hacia ninguna parte con insultos y calumnias cruzadas. Así no.
El mundo desarrollado está en vísperas de cambios gigantescos en sus modos de producir, comerciar y acumular riquezas. Cambios que van a mandar a la prehistoria a los pueblos que queden rezagados. Esa calamidad le puede pasar a la Argentina.
El filósofo español Ortega y Gasset estuvo en tres ocasiones en Argentina, en 1916, 1928 y a mediados de 1939 que se prolongaría hasta febrero de 1942. Entre los escritos que el pensador ilustre dejó sobre nuestro país hay unas líneas que parecen una suerte de advertencia lanzada intuyendo nuestro futuro: “…La Pampa se mira comenzando por su fin, por su órgano de promesas, vago oleaje de imaginación, donde la inverosimilitud forma su espumosa rompiente que el primer término, tiritando de su propia miseria, de no ser sino atroz y vacía realidad, afanoso absorbe… Acaso lo esencial de la vida argentina es eso: ser promesa. Tiene el don de poblarnos el espíritu con promesas, reverbera en esperanzas como un campo de mica en reflejos innumerables”.
Extraño y querible país el nuestro.