James Webb no era astronauta ni físico ni ingeniero. Jim era abogado. Durante siete años reorganizó la agencia espacial norteamericana, NASA, del modo que hoy la conocemos. Gracias a su trabajo se llevaron adelante las misiones Mariner para investigar los planetas Marte, Venus y Mercurio, la misión Pionner para investigar la Luna, Júpiter y Saturno y la misión Apollo para investigar la Luna y posarse y caminar sobre ella.
Por Gustavo Ítalo Yanicelli
Tenía el abogado Webb el carácter suficiente para cargar sobre su persona los fracasos de la agencia espacial y asignarle a ella los éxitos, de ese modo el hábil James Webb construyó el prestigio de NASA que le permitió obtener los fondos necesarios para sus maravillosas aventuras espaciales y científicas.
Por esas cosas de la política James renunció a la dirección de la NASA en vísperas de la asunción del nuevo presidente Nixon. Pero la historia ya estaba escrita con letra indeleble. Y James Webb era Historia.
Medio siglo después que Jim dejara la Nasa su nombre y memoria volverán al espacio. Para Octubre del 2021 despegará el cohete Ariane 5 desde la Guyana Francesa que llevará a su órbita al Observatorio Espacial James Webb. JWST por sus siglas en inglés.
El Observatorio James Webb costará uno diez mil millones de dólares sólo ponerlo en órbita y otros tantos para gestionarlo por unos apenas seis años. Se trata de una obra de ingeniería espacial de enorme complejidad.
Tres agencias espaciales participan de la obra, la NASA, la europea y la canadiense. Unas 17 naciones lo haces directamente.
Usted se preguntará ¿para qué poner otro telescopio si ya hay otros allá afuera?, entre ellos el más famoso el Hubble. La respuesta es simple e inquietante. Se trata de una diferencia de resultados entre tecnologías. En tanto que el Hubble puede ser comparado con una lupa grande el James Webb sería un microscopio digital. Así de enormes son las diferencias, entonces.
Este observatorio se colocará en una órbita solar no terrestre. Es decir estará lejos de toda interferencia terrestre. A cuatro veces la distancia de la Tierra a la Luna. Por esa razón no está previsto repararlo. Funcionará hasta que falle algo o se acabe su combustible para estabilización orbital. Su espejo será más de seis veces el tamaño del espejo del Hubble. Estas cualidades impresionantes en términos de astronomía nos llevan muy lejos, lejísimo.
¿Y qué esperamos de este ingenio tan singular? Buena pregunta, porque esa es la parte más emocionante de todo este épico esfuerzo.
Este telescopio nos va a permitir básicamente tres cosas principales. Primero ver lejos, muy lejos. Tan pero tan lejos que es lo cerca de una máquina del tiempo que podemos concebir. Se sabe que cuanto más lejos se observa en el universo más antigua es la luz que se capta. La ciencia calcula la edad del Universo en 13.800 millones de años.
Este telescopio será capaz de mirar las galaxias distantes a 13.500 millones de años luz. Es decir a apenas 300 millones de años de la creación de nuestro Universo. Nunca, pero nunca fuimos tan lejos. Digamos en términos cosmológicos a la vuelta de la esquina del Big Bang.
Segundo, veremos los planetas de otros sistemas solares que hoy no podemos ver y sí solo estimarlos por inferencia. De ellos hay varios centenares que los astrónomos han inventariado para que el James Webb examine sus atmosferas en busca de … ¡biomarcadores!. Es decir, las huellas visibles que debe dejar la vida si la hay.
Y tercero, veremos también con detalles la formación de soles, planetas lunas y galaxias. Si esto sale bien estaremos en condiciones de hacer un mapa tridimensional detallado del universo visible.
Si sumamos éstas al menos tres muy posibles conquistas del intelecto humano se darán una idea del gigantesco salto en el conocimiento astronómico de la humanidad. Enorme, increíble y maravilloso. Si el Hubble marcó un antes y un después en la historia de la astronomía es posible que con el James Webb nos acerquemos a un antes y un después en la filosofía. Habrá que ver sus resultados, es verdad, pero no son pocos los científicos que creen que algo disruptivo nos va a entregar el nuevo telescopio.
Apreciar el universo con James Webb será como levantar un velo que estaba oculto para la humanidad.
Desde una mirada laica del universo no sabemos sobre cuál es el sentido que tuvo éste en crear vida inteligente, tan inteligente como para tener conciencia de mismidad, o sea, nosotros los humanos. No sabemos si hay en el universo un antroposentido que nos explique a nosotros mismos. No sabemos si estábamos en la intención del universo el que estemos aquí. No lo sabemos. Es decir, no podemos afirmarlo ni negarlo.
Lo cierto es que miramos a los cielos en busca de algo (o alguien) que nos explique nuestra condición. En tiempos humanos lo estamos haciendo muy lentamente, cada avance abre camino a uno más importante con mucho esfuerzo y tiempo humano. Pero para el reloj cósmico es nada. Si le asignáramos al universo una antigüedad de 24 horas, nosotros los humanos llevamos apenas 1,4 segundos en él. Es así, en la vida del universo somos un chasquido. Casi nada.
La verdad es que no sólo queremos una respuesta que nos explique. Humanos al fin, queremos más, mucho más. Deseamos explicar al universo. Eso queremos. Porque eso nos explica todo.
Es evidente que algo muy singular está ocurriendo. En un instante de tiempo insignificante para el cosmos un cerebro inteligente desarrollado en la superficie de un planeta que gira entorno a una estrella ordinaria en una galaxia ordinaria en un cúmulo ordinario eyectará al espacio un dispositivo que abrirá sus paneles y mirará hacia donde nadie vio y preguntará “¿Quién soy?”