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La sonrisa de los delfines

Hace medio siglo un circo visitó mi ciudad provinciana y mediterránea. Esta vez traía entre tantos leones, tigres, monos y caballos una novedad: un delfín. Mi padre decidió llevarnos a ver el espectáculo con el argumento que seguramente sería la única vez que veríamos un delfín en presencia. En mi caso no se equivocó.
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Lo cierto es que se encendieron las intensas luces de colores mientras la música sonaba épica y fuerte cuando del agua saltó majestuoso y hermoso el único delfín que vi en mi vida. Parecía un ser de otro universo, mágico y bellísimo. Ahí estaba a un par de metro de mi ese animalito inteligente y sensible que venia del lejano océano de vaya unos a saber de qué planeta y de cuál sistema solar.

Mi mente guardó ese instante conmovedor de forma intacta. Todo estaba perfecto, yo era feliz con sobrados motivos y me pareció evidente que el animal también lo era ya que tenía una sonrisa muy marcada en su carita simpática. Tenía la misma sonrisa de Flipper, el cetáceo de la serie de televisión, que hacia nuestras delicias en blanco y negro a la salida de la escuela.

Mi cerebro y candidez infantil no podían adivinar que los delfines no sonreían. Que la forma natural de sus caras era esa, una apariencia de sonrisa, pero solo eso, una apariencia. No sabía ni imaginaba mi niñez que algo siniestro se escondía detrás de la aparente magia circense y televisiva. 

En realidad, los delfines no sonríen ni disfrutan lo que les condicionamos a hacer. La verdad es que les irritamos, estresamos y mortificamos. En los acuarios (innecesarios) y en los espectáculos (absurdos) los delfines no están felices, están en desgracia, cautivos, temerosos, asustados y existencialmente mutilados. (inútilmente). Y esto con sus sonrisas perennes e involuntarias.

Voy a contarles una historia de un delfín triste y disparatada. Es la historia del delfín Peter.

Peter no solo fue uno de los tantos “Flipper” que “actuaron” en la serie de tv sino que además le fue impuesta una participación en un experimento increíblemente irracional en los años sesenta en la …NASA. Increíble.

En el año 1961 en el Observatorio de Radioastronomía de Green Bank, en Virginia Occidental (EEUU) diez científicos se reunieron para discutir sobre la posibilidad de captar señales alienígenas utilizando radiotelescopios como el de Green Bank. Así nació una línea de investigación que perdura hasta hoy, la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre, difundida por sus siglas en inglés como SETI.

El presente en ese concilio de sabios era para el asombroso. Estaban Frank Drake, el fundador del proyecto SETI y principal autor de la ecuación de estimación posible de la cantidad de  civilizaciones alienígenas que podría haber allá afuera; el conocidísimo y respetado Carl Sagan; el físico Philip Morrison, miembro del Proyecto Manhattan que creó y detonó la bomba atómica; el químico Melvin Calvin, que en esa reunión se enteró de la noticia de la concesión del premio Nobel y el astrónomo Su-Shu Huang, autor del concepto de la “zona habitable” de una estrella donde podían encontrarse planetas con agua líquida y por lo tanto vida, entre otros.

El grupo se autodenominó “La Orden del Delfín”.

La razón de tan singular nombre se debe a uno de los miembros del grupo, John Cunningham Lilly. Lilly era un médico, neuropsiquiatra y psicoanalista de familia acaudalada.  En la adolescencia, Lilly leyó “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, allí encontró material y conceptos sobre biología y el control de la mente que fueron fuente de inspiración y motivación para elegir la investigación del cerebro y sus fenómenos como profesión, rechazando seguir la carrera de banquero y financista de su acaudalado padre.

John había adquirido mucha fama por su libro “Man and Dolphin”, en el que sostenía la posibilidad de establecer un puente de comunicación entre los humanos y los delfines, animales dotados de una gran inteligencia (entre los diez más inteligentes) y de un lenguaje propio que articulaban por medio del espiráculo de la respiración. El concepto convenció a científicos de la talla el biólogo evolutivo J. B. S. Haldane o los Sagan, Drake y Calvin. El interés del propio Lilly por la búsqueda de extraterrestres le llevó a formar parte de esa asociación de sabios de la NASA, que quedó bautizada en referencia a la hipótesis sobre los cetáceos sonrientes. Decodificando el lenguaje de los delfines, pensaban los fundadores de SETI, sería posible comunicarse con cualquier civilización más allá de nuestro planeta.

Lilly se propuso enseñarles ingles a los delfines y para ello consiguió financiación de la NASA. Sumaron a Margaret Howe Lovatt, una jovencita que trabajaba en un hotel local y que se ofreció de voluntaria para ser la maestra de Peter; sin formación científica, pero con gran entusiasmo y dotes de observación.

En un par de años comenzó el experimento de convivencia de la humana Margaret con el delfín Peter.  Aunque a medida que avanzaba el contacto entre Lovatt y Peter, fue cada vez más nítido que el delfín no quería una maestra, sino otra cosa. Por momentos el cetáceo miraba largamente las distintas partes del cuerpo de Margaret. Después empezaron los contactos, frotando el animal su cuerpo contra el de la investigadora. Los avances del delfín eran tan frecuentes que finalmente Margaret Lovatt decidió darle al delfín lo que quería, por el bien del experimento. Y así comenzó a satisfacer manualmente las demandas sexuales de Peter, el delfín.

Para una entrevista la entonces jovencita Margaret declararía: “No me sentía incómoda con ello, mientras no fuera brusco”, decía al diario The Guardian en 2014 en el estreno del documental de la BBC The Girl Who Talked to Dolphins. “Simplemente era parte de lo que pasaba, como un picor: tan sólo líbrate de él, ráscate y prosigue. Y así es como funcionaba. No era privado. La gente podía observarlo”. Y agregaba que para ella “no era algo sexual. Quizá sensual. Me parecía que fortalecía el vínculo”. “Eso era parte de Peter”, concluía.

El experimento terminó mal. El extravagante John Lilly además suministraba LSD a los animales y esto ya fue demasiado para la administración. Sin resultados que exhibir el proyecto se canceló abruptamente. Los científicos fueron desvinculados, Margaret incluida. El delfín Peter trasladado a otro estanque en otro lugar.

Peter quedó sin su estanque, sin su mar y sin su océano. Sin Margaret y sin LSD. El delfín Peter quedó solo.

Simplemente nadó hasta el fondo y allí expelió todo el aire de sus pulmones y se dejó morir por asfixia. Así es como se suicidan los delfines.

Peter sonreía porque los delfines jamás dejan de sonreír. Yo vi uno en un circo que no dejaba de sonreír.

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Director

Eduardo Huaity González

Salvador® es una publicación de
Editorial ABC S.R.L.
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Salta, Argentina