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La lenta muerte del Río Pilcomayo

El colapso de un dique de cola resultado de las actividades mineras en la alta cuenca del río Pilcomayo puso en alerta a los diferentes gobiernos a lo largo del río. Aquí en Salta produjo alarma y respuestas poco claras del gobierno provincial, por un lado, el ministro de gobierno de la provincia de Salta dice que no se habría comprobado la presencia de metales pesados hasta el momento, pero por otro lado aconseja no consumir agua, peces ni bañarse en el río.
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Cuando uno investiga sobre antecedentes de contaminación en este río encuentra antecedentes desde mucho tiempo atrás. Desde hace más de dos décadas se conoce que el río Pilcomayo presenta concentraciones de metales pesados, principalmente Arsénico, Antimonio, Cadmio, Cobre, Plomo, Mercurio, Plata, Talio y Zinc. Estos elementos se encuentran en sus sedimentos muy por encima de los valores tolerables, estos niveles elevados están asociados a pasivos de pirita y otros materiales de relaves que contienen los minerales y que pueden ser transportados a más de 200 km aguas debajo de la fuente, incluso con registros a más de 500 km ya en la planicie aluvional chaqueña.

Más estudios sugieren que además los metales en el Pilcomayo eventualmente pueden moverse a mayor distancia debido a procesos de agregación con elementos en el agua  que los estabilizan. Por lo tanto, es posible que los impactos sean más significativos y con un mayor alcance que el estimado. A esto sumamos que suelen ser elementos bioacumulables (o sea que se acumulan y persisten en los sistemas vivos) lo que amplia aún más su alcance y permanencia en los ecosistemas. La presencia en peces con metales pesados en sus tejidos y de consumo frecuente por comunidades locales fueron registrados en nuestra provincia, especialmente Sábalos (Prochilodus lineatus).Con estos antecedentes podemos ver que la reciente noticia sobre el colapso de un dique de cola en la cuenca alta es anecdótico en el contexto ambiental y ecoregional de uno de los más grandes ríos del Cono sur de América.

¿Cuáles son los impactos de los metales pesados en los sistemas vivos? Para comenzar tenemos que definir que es un contaminante. Un contaminante es una sustancia que se encuentra en un medio al cual no pertenece o que lo hace a niveles que pueden causar efectos (adversos) para la salud o el ambiente. Este último punto es clave, sobre todo con los elementos pesados como los que nombramos más arriba, porque a muy pocas concentraciones generan un impacto adverso sobre los sistemas vivos, y las concentraciones críticas varían según el organismo que hablemos.

También, como dijimos, son elementos que se bioacumulan en organismos a través de redes alimenticias (redes tróficas es el término técnico) que en la mayoría de los casos terminan en los humanos como consumidores finales. Entonces, por más que estos elementos puedan estar por debajo de los valores considerados de riesgo en el agua, los valores que pueden alcanzar en los organismos que se consumen pueden ser muy altos.

Una vez que ingresan en los organismos los metales pesados se comportan como compuestos altamente tóxicos y de efecto sistémicos, provocando daños en múltiples órganos junto con efectos en el desarrollo embrionario durante el embarazo y son cancerígenos. La exposición a largo plazo a los metales pesados ​​también se ha relacionado con la causa de discapacidades intelectuales y del desarrollo permanentes, problemas de comportamiento, pérdida de la audición, problemas de aprendizaje y de atención, y alteración de la función visual y motora. Incluso a niveles bajos de exposición (es decir, exposición crónica), el arsénico puede causar cáncer de piel y de pulmón, mientras que la exposición crónica al cadmio está relacionada con el cáncer de mama y de ovario. Interacciones con múltiples metales pesados ​​pueden inducir consecuencias más graves de lo que cabría esperar en bajas concentraciones de metales individuales.

¿Por qué es importante y grave esta situación? Podemos comenzar hablando sobre el valor intrínseco de los ecosistemas y su biodiversidad, también del valor funcional de los humedales en la regulación del clima y de las inundaciones, pero la realidad es que a gran parte de la sociedad actual solo le interesa el valor en términos económicos. Entonces lo valoremos desde esa perspectiva; entre las muchas consecuencias directas está el efecto negativos de la contaminación en la cantidad y calidad de las poblaciones de peces consumidos por parte de las comunidades locales. En comunicaciones a los medios, el intendente de Santa Victoria Este en Salta, comento que la asistencia alimentaria gubernamental llega a su pueblo cada dos semanas, por lo tanto para complementar las necesidades alimenticias los pobladores locales originarios dependen casi exclusivamente de la pesca para suplir necesidades de proteína animal. Haciendo un cálculo simple, casi pensando en voz alta, según el INDEC un adulto promedio en la línea de indigencia necesitaba $12.900 mensuales en marzo de 2022 para suplir la canasta básica alimentaria. Este costo asciende a $29.000 para estar en la línea de pobreza. En esa localidad viven 1500 personas, por lo tanto así a groso modo –seguramente un economista lo puede calcular mejor- el río estaría subsidiando entre $19.350.000 y $43.500.000 por mes al estado provincial, o sea a todos nosotros (sin ajustar el costo a la inflación).  Además deberíamos sumar el costo de los servicios de salud para asistir a personas con condiciones de salud crónicas resultado de consumir peces contaminados. Los números se dispararían exponencialmente.

Ahora si pensamos en este ecosistema como proveedor de servicios turísticos, especulemos que puede haber una inversión del estado en el desarrollo de turismo sustentable como la observación de fauna, que el costo promedio para esta actividad es de U$S 3.500 por persona en ambientes similares de Sudamérica y que el último evento masivo turístico convocó a más de 10.000 turistas, haciendo nuevamente un cálculo grosero y asumiendo una oferta similar estaríamos hablando de U$S 35.000.000. Obviamente es necesario un análisis mucho más preciso, pero los números hablan por sí solos, a lo que agregamos el valor de que estos servicios y bienes son realmente libres y públicos.

Ahora que finalmente reconocemos que es un problema y necesita una solución nos surge la pregunta de ¿Que podemos hacer? ¿Cómo mitigamos o remediamos los efectos de los metales pesados en este ecosistema? La buena noticia es que existen tecnologías de remediación económicas, efectivas y respetuosas con el medio ambiente. Entre las cuales, las tecnologías de remediación combinadas serían las más efectivas. Estas tecnologías combinan herramientas físicas, químicas y biológicas (incluyendo plantas, animales y microorganismos). Igualmente aunque tengamos estas herramientas el principio de prevenir en vez de curar cobra una fuerza enorme.

Acá la responsabilidad de los actores que tienen intereses directos en los ríos es clave para remediar, mitigar o prevenir los impactos. En este sentido el principal actor es el estado, el cual debe garantizar estos procesos. Deben existir planes de manejo, monitoreo, fiscalización y control constantes de las cuencas que incluyan no solo aspectos físico-químicos sino también a la biodiversidad y sus interacciones. Dentro de estas interacciones se debe incluir aquellas actividades humanas que impactan directa e indirectamente sobre los ríos, especialmente aquellas con un alto potencial de transformación como la minería, agricultura, urbanización e industrias. Los monitoreos suelen centrarse en aspectos que tienen que ver con la calidad de agua pero, como vimos más arriba, cuando incluimos el concepto de ambiente y su  biodiversidad las soluciones y consecuencias son más complejas. Es imperioso incluir en procesos gubernamentales el concepto de que el ambiente es la base de los servicios y bienes ecosistémicos. Estos servicios incluyen procesos que mejoran la calidad de vida, salud, economía y desarrollo de los pobladores a una escala local y regional. 

Los otros responsables son las empresas y los grupos de personas cuyas acciones pueden impactar sobre estos sistemas. La llamada responsabilidad ambiental debe ser real y no dependiente de las exigencias y controles estatales, debe incorporarse profundamente como forma de interactuar con el ambiente desde lo empresarial y desde la cotidianeidad como ciudadano. La sustentabilidad debe ser una condición no una opción. La crisis actual de biodiversidad y el cambio climático exige que las decisiones deban ser tomadas teniendo en cuenta aspectos ambientales. El desarrollo debe minimizar el impacto sobre los ecosistemas, no es posible pensar en mejorar nuestra calidad de vida y sostenernos como sociedad a largo plazo sin no pensamos en términos ecológicos globales.

Ahora bien, esto nos lleva a plantearnos si aún estamos a tiempo o si ya superamos el punto de no retorno en el daño que producimos como humanos. Por suerte el planeta tiene la capacidad de recuperarse, la intrincada red ecológica sostenida por su biodiversidad le permite resistir grandes impactos, el punto es el tiempo que necesita y las condiciones que deberemos soportar si no actuamos rápido. Es necesario reconocer nuestro rol como fuerza controladora de estos procesos a escala global y ser conscientes de que tenemos las herramientas para resolverlos. Simplemente tenemos que priorizar nuestro bienestar y el de las especies que nos acompañan. Esto solo será posible si nos involucramos como sociedad, informándonos, discutiendo y exigiendo las políticas públicas ambientalmente adecuadas.

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Director

Eduardo Huaity González

Salvador® es una publicación de
Editorial ABC S.R.L.
Gral Güemes 1717
Salta, Argentina