Claro, es lo que todos queremos, principalmente en momentos eleccionarios como este. Es también lo que todos nos intentan vender: espejitos de colores donde votando a uno o a otro, por arte de maravillosa magia el país se va a arreglar.

Por Natalia Saravia
Crecemos llenos de historias que nos repiten y creemos ciegamente, como el ratón Pérez o los reyes magos, hasta que de repente un día un amiguito viene y te cuenta todo emocionado la fantástica verdad que se acaba de enterar, o dentro de las travesuras diarias encontras los regalos antes de tiempo, atás cabos y empieza el fin de la inocente etapa de la niñez.
Como padres nos encanta que nuestros hijos vivan ilusiones, y cómo o en qué momento revelarles el misterio sucede en cada familia de una forma diferente. Ahora, cuando viene un hijo y te hace la pregunta cerrada “Mamá, ¿Papá Noel existe sí o no?”, ¡qué momento!, ¡qué responder! Si le decís la verdad le matás la ilusión, pero si le decís una mentira queda en el recuerdo de ese chico “mi mamá me mintió”.
Nuestros gobernantes lejos de ser de esos ejemplares padres de la patria que supimos tener, en su gran mayoría nos mienten, nos engañan y ya en muchos casos ni las ilusiones nos dejaron vivas. Vemos cómo tristemente se va perdiendo la meritocracia, se va normalizando el saqueo, y ya el valor de la palabra es un lejano recuerdo cual vitrola oxidada escondida en algún cuarto de cachivaches. Valor… valores, honestidad, solidaridad, responsabilidad, amabilidad entre tantos otros que lentamente van quedando olvidados.
Y tras esa vitrola archivada como la meritocracia, desempolvemos el vigente tango Cambalache: “todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplaza’os, ni escalafón, los inmorales nos han iguala’o”.
Hilando un poco más fino, o más bien deshilando el ovillo que nos trajo hasta acá, claramente no podemos echarle toda la culpa a los políticos. En lo más próximo porque nosotros mismos (o la mayoría o el fraude) somos los que los votamos; entonces nosotros los pusimos ahí en el poder, el cual ellos se encargan de hacer crecer con tejes y manejes para lograr impunidades y valerse justamente (injustamente en realidad) de ese poder, incluso hasta desdibujando la división de poderes, para el solo beneficio de ellos mismos y sus séquitos.
Ahora, las elecciones son cada 4 años las más importantes y cada dos años las legislativas, también importantes por supuesto. Pero, en ese ínterin ¿qué pasa? Las cosas no suceden de un día para el otro, son años y hasta décadas de cocción. Y en ese sentido es donde tenemos que preguntarnos como ciudadanos: ¿qué hacemos nosotros en nuestra vida diaria para la construcción de ese mejor país?
Claro, siempre es fácil echarle toda la culpa al otro y lavarse las manos (si se tiene la suerte de poder tener agua). Pero no nos ponemos a reflexionar que en el día a día somos nosotros mismos los que vamos socavando el ideal de un mejor país. Y ahí viene la pregunta del huevo o la gallina: ¿un país mejor para nuestros hijos, o dejar mejores hijos para que puedan cambiar el país?, y precisamente es clave aquí el transmitirles los valores con el ejemplo.
A ver, me voy a explayar en este punto: ¿por qué de repente la culpa ahora es nuestra de los simples ciudadanos comunes? Y creo que, si bien la respuesta es obvia, no la tenemos incorporada, no le prestamos atención, a veces se puede entender que en el automatismo de la vida diaria no nos demos cuenta, y en algunos lamentables casos ni nos importa.
El problema que estamos teniendo en la base de nuestra sociedad es la falta de empatía por el otro en las situaciones cotidianas de la vida: cuando un padre se estaciona en doble fila porque no le importa el caos de autos que se genera, es su derecho a bajar a su hijo en la puerta del colegio, y los derechos de los otros “bien gracias”. Eso solamente con suerte cuando no sucede que de un auto a otro los padres se empiecen a insultar, y eso es lo que les estamos enseñando a nuestros hijos, no te importa la doble fila, ni si te estacionaste en un garaje, o que el peatón solo tiene prioridad cuando es uno el que va caminando, y que a nadie se le ocurra tener el tupé de decirte algo porque estalla la furia.
Vamos a otro ejemplo, el de la famosa teoría del carrito del supermercado: nadie nos va a criticar por dejar el carrito tirado en cualquier lado, tampoco hay multa o sanción ni condena social al respecto, entonces ¿por qué hacerlo? ¡Por empatía señores!, porque el carrito se devuelve a su sitio, no se deja tapando un lugar de estacionamiento ni bloqueando la salida de otro auto con tal yo ya terminé y me voy.
La basura en la calle, con tal pasa el basurero a limpiar. La basura en los costados de la ruta, con tal después la queman o dentro de no sé cuántos años se va a desintegrar. Ni hablar de reciclar, de cuidar los recursos, ya nos estaríamos yendo a un idealismo casi utópico en algunos casos.
Y así transcurren nuestros días, y eso absorben nuestros hijos, porque sí tenemos que entender que no importa las miles de veces que les repitamos las cosas, a ellos les queda lo que nos ven hacer, el ejemplo directo que los adultos destilamos diariamente.
Ahora, siempre quedamos un par de raros o loquitos que queremos cambiar el mundo, con ganas de aportar a nuestra sociedad. En un grupo de empresarios nos ponen la meta de ser mejores empresarios para ser un mejor país, y justamente de eso se trata. No se puede ser exitoso en una sociedad que no es exitosa, que la está pasando mal. Egoístamente si se quiere, tenemos que hacer lo posible para que todos estén bien y así nosotros mismos estar mejor, es algo que se potencia, se trabaja y se construye.
Y ¿por qué hablo de mejor país y no país mejor? Porque este es el país que yo amo, este es el país en el que quiero vivir, no me quiero ir a vivir a otro lado; entonces tendremos que trabajar todos juntos para sacar el país adelante desde las pequeñas acciones de cada día, porque ciudadano no se es solamente cuando hay elecciones o cuando de derechos se trata, ser ciudadanos es también y sobre todo responsabilidad nuestra de todos los días.
Entonces, si de verdad queremos un mejor país, ese cambio empieza por nosotros mismos.