Salta es una ciudad con aspiraciones modernas pero que no puede superar su trauma de aldea medieval. Las mismas condiciones de patronazgo social, político y eclesiástico que llevaron a ultimar a Güemes sobreviven hoy transmutadas en otras formas, pero siempre manteniendo vigente esa autopercepción de «elegidos de los dioses» que los lleva a nuclearse en espacios privados, elegirse entre ellos y casarse entre parientes. Rémoras supérstites de aquellas que los llevaron a traicionar a la causa de la Patria conspirando contra el Padre de la Patria salteño.
Por Ernesto Bisceglia
Tradicionalismo -que no es lo mismo que tradición-, Puerto e intereses económicos, fueron desde los albores de este país la tríada sobre la que se asentó el poder, ya en Buenos Aires, ya en el interior. Caudillos e Iglesia Católica terminaban de componer esa claque sobre la cual se levantaron las provincias tras décadas de sangrías internas corriendo los alambrados para definir los límites, luchando por imponer el unitarismo frente a un federalismo que costó mucha sangre pero que jamás tuvo forma política a pesar de su declamación en la Constitución Nacional.
En los lugares de pensamiento aldeano como Salta hay que temas cubiertos bajo el manto de piedad de «Eso no se habla», secretos a voces que el velo medieval de las conciencias impide que se digan a contrapelo de sus creencias pues declara el Evangelio que “Aquello que han dicho en secreto y a puerta cerrada, será gritado desde las azoteas de las casas” (Lc. 12-3). En el marco de estas condiciones sociales fue el que General Martín Miguel de Güemes debió librar su lucha contra el enemigo español, resultando que las balas de sus coterráneos terminaron siendo más letales que las de los invasores.
El Puerto de Buenos Aires jamás aceptó a los líderes del interior, y no decimos caudillos porque Güemes no lo fue en ese sentido. Hemos de remarcar precisamente el concepto de «Líder» porque no sólo fue un consumado estratega sino el primer reformador social, el que le dio estatus de ciudadanos a la chusma, a los marginados por ese poder cubierto siempre de una pátina de hipocresía pero falaz, mediocre y cobarde a la hora de jugarse por instancias superiores. Este carácter como es posible comprobarlo en el presente, no ha cambiado y como entonces están siempre prestos a deshacerse de aquellos que hablan de lo que no se debe hablar. Menos hacer.
Obviamente que demandarían muchas páginas las consideraciones sobre esta cuestión, pero bastará que recordemos cómo para Buenos Aires el país no se extendía más allá de la frontera de Córdoba. De hecho, al General Manuel Belgrano se le ordena retroceder hasta allí porque había que defender los intereses económicos y políticos del Puerto, lo demás no interesaba. El genio de Belgrano lo llevó a presentar batalla en Río Piedras, Tucumán y Salta y eso salvó a las provincias del norte para la Patria naciente.
Entonces, ¿Cómo los ilustrados de levita que consumían tardes en los saraos porteños alternando con las damas de la alta sociedad habrían de considerar a Güemes y sus rotosos gauchos? ¿Cómo perdonarle a Güemes el atrevimiento de haber enfrentado al ejército porteño que comandaba José Rondeau, vencerlo y obligarlo a firmar un Pacto de paz? ¿A ese mismo Güemes que le había desobedecido a Juan José Castelli y atacado a los realistas en Suipacha llevándose el primer triunfo de las armas patriotas mientras el ejército porteño apenas pudo sostener el tiroteo a distancia de Cotagaita?
Luego de Suipacha se marca la suerte de Güemes de ser tachado de la historia cuando Castelli lo ignore en el parte de guerra.
Desde aquellos días la oligarquía salteña tenía lazos de interés familiar y económico con la elite porteña, entonces ¿Cómo considerar a Güemes que les imponía exacciones, impuestos y expropiaciones forzosas para mantener la guerra cuando muchos de esos encumbrados descendían de los tenderos que habían hecho fortuna comerciando con Potosí y Lima y ahora presumían de ser ganaderos? Las noticias que llegaba a los salones porteños de los «atracos del bandolero» Güemes los estremecían. Pero ellos tomaban el té con porcelanas europeas mientras en Salta se derramaba sangre para que el Puerto pudiera seguir haciendo negocios.
Para completar el cuadro de deméritos de Güemes, desde 1810 el Puerto designaba a los gobernadores y ahora resulta que en 1815 la chusma, los desposeídos, los harapientos se congregaban en la plaza central para ungir por aclamación popular a Martín Güemes como gobernador. Encima, el hombre comienza la aplicación de políticas de participación ciudadana, de inclusión, de equidad, valoriza a la mujer poniéndola al frente de la inteligencia militar… y por si todo esto fuera poco le otorga al gauchaje protección jurídica a través del Fuero Gaucho. ¡Era demasiado!
Ese Güemes había logrado lo que los ilustrados porteños no habían podido, sembrar el sentido revolucionario en el pueblo. Lo que Buenos Aires presumía como «revolución» apenas había sido un golpe de Estado (el primero de la historia) para deponer a un virrey -Cisneros- ya degastado y sin legitimidad. Y mientras a los porteños los motivaban intereses económicos, Güemes movilizaba pueblo y tropas por convicciones patrióticas y sociales.
En suma, para Buenos Aires y la oligarquía salteña, Martín Miguel de Güemes era un subversivo y había que «aniquilarlo por cualquier medio que sea», el mismo espíritu de la frase que dictaría luego Juan Domingo Perón en el Decreto contra los terroristas. La sinonimia histórica es idéntica.
Como se sabe, Güemes fue emboscado y herido de muerte el 7 de Junio de 1821 luego de una conspiración orquestada por la «clase distinguida» en connivencia con los realistas y morirá el 17 de Junio de aquel año, «Rico y noble de nacimiento» -como dijera-, tirado sobre un catre, a la intemperie bajo un cebil.
Ya se había consumado el crimen y los diarios de Buenos Aires celebraban la muerte de Güemes titulando que había «Un caudillo menos». El diario oficial “La Gazeta de Buenos Ayres” no dejó dudas de su sentimiento: “Murió el abominable Güemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos con el favor de los comandantes Zerda, Zabala y Benítez, quienes se pasaron al enemigo. Ya tenemos un cacique menos”.
Cuando el país ya se había conformado en lo territorial y político, le faltaba todavía consolidarse en lo ideológico y esa era una tarea de la historia. Y como la historia argentina también fue escrita desde el Puerto mediante la pluma de Bartolomé Mitre sobre todo, la epopeya de Güemes fue borrada literalmente de sus páginas. Sólo menciones y no todas felices. Así, el país creció un siglo más ignorando a la Gesta Güemesiana.
Aquí hay que hacerle cargo a la clase dominante de Salta que presumiéndose herederos de aquella Gesta, vistiéndose con los trajes tradicionales para desfilar y luciendo cotizados ejemplares equinos, sin embargo, jamás hicieron un ápice por difundir, por enseñar, por ensayar una pedagogía güemesiana. Fueron callados cómplices de la desaparición del Prócer salteño.
Sólo un largo y penoso camino burocrático lo exhumó decretándolo «Héroe Nacional«, luego logrando un día feriado hasta el payasesco intento de poner su efigie en un billete que no saldrá,; sólo así se logró posicionar al General Güemes en imagen más no en contenido.
Pero en los hechos, en la memoria popular, Güemes continúa desaparecido porque casi nadie conoce en profundidad lo que significó. La gran mayoría desconoce su alcance de Prócer sudamericano, su impronta de reformador social, su pensamiento político. Y todo eso a pesar de los más de cien millones de pesos que vienen gastando los últimos dos gobiernos en una supuesta tarea de difusión güemesiana que no existe. Mientras no se tome la decisión política de difundir y enseñar la Gesta Güemesiana, de nombrar en los cargos públicos a historiadores capaces y comprometidos en lugar de mantener a sayones bufonescos que usufructúan los dineros públicos, el General Martín Miguel de Güemes continuará desparecido de la memoria de su Pueblo