Surgido de Gimnasia y Tiro donde desarrolló buena parte de su carrera como jugador de rugby hasta que se marchó a Tucumán primero y a Buenos Aires después para desarrollar sus estudios superiores, Diego Rodríguez forma parte del staff de entrenadores de la Unión Argentina de Rugby y está a cargo del seleccionado argentino de Rugby 7 que se prepara para los Juegos Olímpicos de Tokio.
Su interés y su preocupación están puestos en la búsqueda del logro deportivo pero, también, en lo mucho que el rugby y el deporte pueden aportar a la sociedad.
¿Cómo fue que Los Pumas finalmente le ganaron a los All Blacks?
Tuvieron una actitud superior a la de los neozelandeses, estuvieron adelante y llegaron primero todo el tiempo. Lo que un poco sorprendió fue que pudieron sostener esa actitud durante los 80 minutos del partido y fue una muestra increíble de carácter, concentración y disciplina.
Pero además, y esto nos sigue obligando a pensar a los entrenadores, llegaron sin jugar en 8 meses y enfrentaron a un equipo que venía compitiendo y que se había desgastado en sus partidos previos con los Wallabies de Australia así que creo que tuvieron esa ventaja.
Terminamos el año con esta muy buena sensación del rugby, el triunfo contra los All Blacks y el empate contra los Wallabies, pero empezamos mirando al rugby desde otra perspectiva por el brutal asesinato de Fernando Báez Sosa a manos de un grupo de rugbiers en Villa Gessel.
Y antes esto, ¿Qué es el rugby? [Nota del Editor: esta entrevista fue realizada antes de la viralización de antiguos mensajes, de contenido repudiable, en redes sociales por parte de integrantes de Los Pumas, por eso no se hizo la consulta al respecto]
Respondo por separado. La parte deportiva es el resultado de un proceso que empezó hace muchísimo tiempo con el Plan de Alto Rendimiento para captar talentos en todo el país, con la inclusión del equipo de Los Jaguares en el Súper Rugby para que tenga una competencia internacional seria, con la participación y el estímulo al Torneo Sudamericano y con la conformación de grandes grupos humanos, muy profesionales y muy disciplinados.
Y lo que pasó en el verano no tiene explicación alguna. Fue un asesinato y esos chicos todavía están detenidos. Este chico que falleció fue una perdida enorme para la familia y para todos los argentinos… pero no tiene una explicación lógica… el rugby no te forma para eso.
Yo prefiero hablar de todo lo bueno que da el rugby a los chicos que es contención, valores, límites, disciplina, entrega, respeto a la autoridad, sentido de pertenencia… todas esas cosas buenas.
Este fue un año atípico en el que por la pandemia los clubes estuvieron mucho tiempo cerrados, ¿si hubiera sido un año normal lo que pasó en el verano hubiera sido analizado y trabajado con los chicos en los clubes?
En el rugby hay que ser suficientemente agresivos como para dominar las situaciones del juego pero sin que esa agresividad se transforme en agresión. Entrenamos y competimos de una manera muy agresiva pero jamás puede terminar en una agresión.
La Unión Argentina de Rugby tiene un plan que se llama “UAR 2030” que es cómo nos queremos ver en el 2030. Además de la parte deportiva, este plan está focalizado en todo este tipo de cosas: cómo vamos a educar a nuestros chicos para que no estén involucrados en agresiones ni en ningún tipo de problema callejero. Es un plan a largo plazo porque no hay recetas mágicas, Los Pumas están dónde están porque hicieron un gran proceso y todo el rugby argentino tiene que hacer otro gran proceso para erradicar estos problemas de conducta.
En algún momento el rugby fue un deporte elitista pero desde hace años es popular y tiene iniciativas interesantes en el interior profundo del país, en las comunidades originarias, en barrios populares, en institutos de menores y en cárceles, ¿qué le puede aportar al rugby a una sociedad tercermundista como la salteña y la argentina?
Lo importante no es el deporte sino los valores que da el deporte. Cuando el árbitro toca el silbato y se termina el partido, cuando se apagan las cámaras, hay que seguir viviendo con los valores del rugby: orden, disciplina, humildad, respeto, respeto a la autoridad. A todos esos valores los puedo practicar en mi casa y con mi familia, con mis alumnos si soy profesor, con mis pacientes si soy médico… en cualquier oficio que tenga, puedo seguir con esos valores del deporte.
Detenta el raro privilegio de haber integrado, primero como jugador y años después como entrenador, los seleccionados salteños que se consagraron en el Torneo Seven de la República.
Sin estridencias, pese a los reconocimientos que recibió en el Senado de la Nación y la Municipalidad de San Lorenzo, Diego Rodríguez repasa su carrera como jugador y entrenador en clubes y selecciones de la provincia, del país y del extranjero. También cuenta su experiencia olímpica y enseña que aún en el amateurismo se puede ser profesional.
Dejemos de lado al rugby como fenómeno social, hablemos de vos, ¿cómo fue tu carrera de jugador y de entrenador?
Un amigo de mi papá me llevó a un entrenamiento de rugby y me gustó, volví entusiasmado a mi casa y le dije “papá quiero jugar, me encantaría jugar” y me respondió “bueno, vas a jugar, pero vas a jugar en Gimnasia y Tiro”. Mi familia tiene toda una historia ligada a ese club y así fue, jugué ahí pero no al fútbol como hubiera querido mi papá sino al rugby.
Tenía 12 años y recuerdo que mi papá me llevó un sábado a la mañana al club, a la sede social de la calle Vicente López, me quedé y al poco tiempo ya estuve jugando. Hice todas las divisiones juveniles, jugué en el plantel superior y en los seleccionados provinciales de 15 y de Seven. Cuando terminé el secundario me fui estudiar y jugué 2 años en el Lawn Tennis y en el Seleccionado de Tucumán hasta que me fui a terminar mis estudios a Buenos Aires y jugué 4 años más en Hindú Club.
Cuando terminé me hice entrenador y tuve mucha suerte porque Nahuel García que había sido jugador de Los Pumitas y era entrenador del Seleccionado de Salta y entrenador asistente de la UAR viajó a Sudáfrica con Los Pumas y yo quedé a cargo del equipo para el Seven de la República en Paraná.
Era mi primer torneo como entrenador principal, fuimos campeones argentinos y fue algo increíble porque tuve la suerte de ser campeón como jugador en 2002 y como entrenador en 2011. En los años siguientes fuimos terceros y segundos del Seven de la República y tuvimos buenas actuaciones en el Seven de Punta del Este y en otros torneos en Sudamérica y eso hizo que me llamen de Uruguay para sumarme a su staff de entrenadores.
Entré 2014 y 2015 viajé y entrené a los seleccionados mayores y juveniles, masculinos y femeninos, de 15 y de 7, de Uruguay que también, como Los Pumas y con ayuda de (el ex jugador y ahora dirigente) Agustín Pichot, tiene un proyecto de desarrollo a largo plazo.
Fue una experiencia espectacular porque llevamos a ese grupo a su mejor versión, competimos y perdimos con España el repechaje para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.
No clasificaste pero rápido tuviste una revancha olímpica…
Apenas terminó mi ciclo en Uruguay, llego a Salta y recibo el llamado de Santiago Gómez Cora, el head coach de Los Pumas 7, para que me sume al equipo que Lucas Borges que estaba iniciando el camino para los Juegos Olímpicos de la Juventud de Buenos Aires 2018.
¿Esa experiencia olímpica se compara con alguna otra de tu vida deportiva?
No porque es un proceso muy largo, de 4 años, y no es como una gira cualquiera para la que entrenas unas semanas, viajas y jugas. Son 4 años de trabajo en los que ves crecer a tus jugadores y desarrollas un vínculo familiar con ellos, imagínate que en ese tiempo vimos 500 chicos y quedaron 12 con los que convivimos todo el último año previo a los Juegos Olímpicos.
Ese camino fue tremendo: muchos entrenamientos, muchos videos, muchas charlas, muchos aviones, muchos hoteles… entrenando juntos en Francia, en Sudáfrica y en Argentina para competir en un fin de semana que es el torneo olímpico con las máximas potencias del mundo.
¿Existe el espíritu olímpico o es un mito?
Claro que existe el espíritu olímpico y lo pude disfrutar con Uruguay de los Juegos Panamericanos de Toronto en 2015 y con Argentina en los Juegos Olímpicos de la Juventud de Buenos Aires en 2018.
No representas sólo a tu deporte sino que representas a todo tu país. Compartís con los atletas de todas las disciplinas, con los chicos y las chicas de la natación, del handball, del volley, del hockey… compartís el edificio, el comedor y el gimnasio con las futuras estrellas del deporte nacional y del deporte mundial y eso está muy bueno.
¿Cuándo sos un deportista híperprofesional, el olimpismo te devuelve a las raíces?
Para el rugbista el olimpismo es raro todavía, porque los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, hace apenas 4 años, fueron los primeros para el rugby.
Nosotros nos preparábamos para un test match, para el Mundial, para el 4 Naciones, para el Circuito Mundial de Seven pero no para un Juego Olímpico… recién ahora tenemos conciencia de lo importante que son los Juegos Olímpicos.
No lo decís pero ese torneo no fue una experiencia más, fueron campeones y te convertiste en el primer atleta salteño que se cuelga una medalla olímpica en el pecho…
Fue la primera medalla olímpica del rugby pero no pensábamos en eso porque estábamos metidos y concentrados en el torneo que es muy exigente y es una picadora de carne en la que Francia, Sudáfrica o Samoa te quieren comer el hígado… el éxito se disfruta después, no durante la competencia.
Yo no sabía que era el primer salteño con una medalla olímpica, me enteré estando ahí porque me llamó por teléfono el periodista Panchi Palopoli y me lo contó. Recién ahora, años después, cuando me distinguen en la Municipalidad de San Lorenzo o en el Senado de la Nación, estoy empezando a dimensionar lo que eso significa esa medalla para el deporte salteño.
¿Cómo se hace para llevar una carrera deportiva tan exigente desde el amateurismo que todavía impera en Salta y en buena parte de Argentina?
Para ser profesional no hace falta que te paguen. Yo conozco muchos deportistas profesionales que no perciben remuneración, es un modo de vivir. Yo lo aprendí cuando me fui a jugar al Hindú Club y conviví con una camada de jugadores (Gonzalo Quesada, Juan y Nicolás Fernández Miranda, Martín Scelzo, Horacio Agulla, Hernán Senillosa, entre otros) que me cambió la cabeza porque al principio no podía entender como hacían todo lo que hacían sin que sea su trabajo: trabajaban, estudiaban, entrenaban, eran los mejores del país y eran jugadores de Los Pumas.
Hoy están en el staff de la UAR o trabajando en el extranjero como Quesada o Patricio Noriega porque aún en el amateurismo fueron profesionales en su conducta: cuando los pibes de su edad estaban de fiesta ellos dormían, se levantaban a las 5 de la mañana y salían a correr antes de ir a la facultad, hacían pesas al mediodía y después de trabajar iban a entrenar por la noche.
Con ellos aprendí que el profesionalismo es una actitud frente a la vida, no hace falta tener tiempo ni una remuneración para ser profesional.
Formar mujeres y hombres de bien
Con años de experiencia como jugador y como entrenador, Diego Rodríguez destaca la función social de los clubes y no duda en asegurar que su importancia no está en el logro deportivo sino en la formación de “hombres y mujeres de bien”.
“El foco de los clubes y de los entrenadores tiene que estar puesto únicamente en formar buenas personas” deja como sentencia.
¿Cómo convive el deportista de alto rendimiento con una familia que tiene demandas, necesidades y requerimientos permanentes?
El seleccionado que entreno no tiene una competición estable durante el año sino una preparación con períodos de entrenamiento y giras de competencia para los Juegos Olímpicos y eso me permite armar un calendario que coincida con mis otras obligaciones laborales y personales.
Tengo una agenda (de más de 25 viajes que por la pandemia quedaron truncos durante este año) que con esfuerzo, sacrificio, disciplina y profesionalismo puedo llevar adelante. Son viajes muy intensos de 2 o 3 días pero puedo hacerlos porque mi familia me apoya y mis hijas que son grandes personas están enfocadas en sus propios objetivos. No tengo un problema con la familia, todo lo contrario.
¿El rugby en particular y el deporte en general pueden aportar algo a la construcción de una sociedad mejor?
El fin primero de los clubes fue, es y será siempre formar hombres y mujeres de bien que puedan insertarse a la sociedad con caminos dignos y trayectorias nobles hasta el final de sus días.
El deporte ocupa un lugar muy chiquitito de la vida de la gente, los partidos y las giras son una fracción muy chiquita y por eso el foco de los clubes y de los entrenadores tiene que estar puesto únicamente en formar buenas personas.
Lo deportivo se aprende en el camino y es consecuencia de haber armado buenos grupos humanos, con gente disciplinada, humilde, trasgresora, agresiva sin llegar a la agresión, gente que tenga deseos grandes. Eso no es mágico, se consigue cuando el foco está puesto en la parte humana.
¿El deporte y el rugby pueden educar a un chico que tiene problemas en su casa, que es desatento, que es agresivo?
No es mágico, es un camino en el que hay que incluir a ese chico y enseñarle reglas, limites, respeto a la autoridad. Nuestra batalla como entrenadores está en la parte humana de ese chico y a mí no me importa si ese chico juega bien o juega mal, pero si se sigue portando así por más bien que juegue no va a encontrar lugar en ningún lado: ni en el club, ni en el seleccionado, ni en Los Pumitas, ni en Los Pumas.