La helada medianoche caía con fuerza sobre la ciudad de Salta. Cerca del monumento y muy lejos de Güemes, el presidente de la Nación Alberto Fernández encabeza un acto partidario, abajo, a varios cientos de metros de allí, pero muy cerca del héroe, la gente gritaba por subir hasta el monumento.
Después de casi cuatro años de preparación, ya que desde el 21 de diciembre de 2017 existe la Comisión del Bicentenario, el kirchnerismo tuvo el acto proselitista más caro de su historia en Salta. Esa noche bajo la inmensa estatua, festejaban y cantaban la “marchita”, Gildo Insfran, gobernador de Formosa, fuertemente cuestionado internacionalmente por la sistemática violación de derechos Humanos en su provincia, Jorge Capitanich, el mandatario eterno de Chaco y Pamela Ares, subsecretaria de Políticas de Inclusión del Ministerio de Trabajo de la Nación.
La funcionaria, esposa del Gonzalo Quilodran, Director del ENACOM, llegó junto con el presidente y fue parte principal de la comitiva. Su posición privilegiada tenía como objetivo consolidar su posición dentro del universo de agrupaciones peronistas, ya que es candidata a senadora por el departamento Capital y a diputada nacional por el Frente de Todos.
Ares, fue, según todas fuentes oficiales e informales, la que autorizó y alentó el ingreso de cientos de militantes afines al kirchnerismo a las puertas del hotel Sheraton y las escalinatas del monumento, el resto de los salteños y los miles de gauchos que tradicionalmente año tras año muestran su respeto al héroe, quedaron fuera del circulo de seguridad impuesto.
Marina Eguías, referente del Movimiento Evita, comentó a la prensa que: “Nosotros no nos acercamos al acto general en el monumento, nos acercamos con un grupo de compañeras solamente a para saludar a nuestro presidente. Nosotros éramos tres organizaciones que la sociedad salteña puede reconocer, fuimos 20 0 30 por cada organización cuando somos como cinco mil”.
“Estuvo el referente de Barrios de Pie, Luis Lobera, funcionarios nacionales como la diputada nacional Verónica Caliva y el coordinador de Kolina, Diego Arroyo. Estuvimos desde las 19 de la tarde para mostrar nuestro afecto”.
Las vallas se abrieron y doscientos militantes pasaron invitados por Pamela Ares para saludar al presidente. Ese momento fue registrado por decenas de personas que pugnaban por ir a rendir homenaje al héroe salteño. Curiosamente el único que no vio nada fue el pariente del general, Martín Güemes.
Pasaron muchas cosas, demasiadas. Temprano, frente al aeropuerto, un grupo de mujeres del Partido Justicialista esperaba a la comitiva presidencial para entregarle una nota en la que pedía que los peronistas puedan volver a su partido. La policía las sacó del lugar. No hubo gente en la ruta saludando al Presidente Fernández.
Todo Salió mal y todos estuvieron mal. El Gobierno de la Provincia dejó de lado todo lo que había acordado con las agrupaciones gauchas, como dejó muy en claro Francisco Aguilar al renunciar a la presidencia del Comité Operativo de Emergencias.
“Con gran tristeza desde el COE tuvimos que restringir el desfile y la afluencia de público para rendir homenaje al Gral. Güemes con la convicción de que una concurrencia numerosa podría afectar la hoy delicada situación sanitaria de nuestra provincia. No obstante, debido a motivaciones políticas que no comparto y desconocía, se autorizó el ingreso de simpatizantes del Sr. Presidente de la Nación en una actitud que constituyó una afrenta a los salteños y al esfuerzo que la sociedad viene realizando para combatir esta pandemia. Además, se impusieron restricciones a último momento a nuestros gauchos como la suspensión de los tradicionales fogones cuando habían sido consensuados previamente con el COE con los correspondientes protocolos”.
Los gauchos no pudieron hace la guardia bajo las estrellas, ya que fueron reemplazado por militantes K y un acto peronista. Francisco Araoz, presidente de la Agrupación Tradicionalista gauchos de Güemes, aseguró que esto los ofendió.
“Me retiro diciéndole al Sr. Presidente y al Sr. Gobernador que lo hago porque me siento ofendido, como lo estoy y como los están muchos gauchos. Sin embargo, poco importa nuestra pesadumbre frente a lo importante que es Güemes y su memoria viva”, sostuvo Araoz, en una extensa nota enviada a los medios.
Lo cierto es que a la dirigencia gaucha la “ofensa” los desbordó, pero les faltó coraje para defender su postura. En los últimos años, la necesidad de “salteñidad” de los políticos vernáculos, transformaron el 17 de junio en una escenificación política y los fortines pasaron de ser reservorios de una cultura regional, a clubes sociales.
El hecho cultural e histórico más importante de este siglo fue arruinado por un gobierno provincial que navega desde su inicio en la indecisión política y la indefinición ideológica.
Los signos de lo que se venía eran evidentes, no había que ser muy perspicaz para verlos. Un día antes, el 16, en San Lorenzo, durante la inauguración de uno de los cientos de bustos de Güemes, el párroco del lugar y principal orador de la ocasión, Oscar Ossola, tomando la historia de la traición al general, advertía la llegada de “enemigos internos”.
“Siempre lo vemos vigilando en su caballo altanero sobre la montaña, por eso le queremos pedir que nos siga cuidando. Es que, a los enemigos, a los de afuera usted los conocía bien y eran eso: enemigos. El problema es cuando el invasor es amigo o es de dentro. Mire que tenemos invasores que han socavado nuestra cultura.
Invasor corrupto que convierte en diablo a quien lo toca y que hace daño a la gente porque le saca el pan de la boca, el médico del hospital, el agua para refrescarse y beber, le saca vida porque se hace todo mal y cuando la cosa anda mal, lo sufrimos todos.
El invasor divisor, ese que quiere que vamos por unos trapos que no son los celestes y blancos, o que nos hacen enfrentar entre hermanos, entre gringos y criollos, entre morochos y blancones, entre pueblerinos y de la ciudad, entre unos y otros, porque en esa división, el invasor gana.
El invasor intolerante, que no deja construir una argentina de hermanos, que ataca al que piensa distinto que no tolera al otro, que discrimina, que no acepta al otro, que lo ataca por lo que cree o piensa…
El invasor inculto, ese que nos quita la cultura del trabajo, que les hace a los changos y chinas vivir de arriba sin esforzarse, sin promocionarse humanamente sin agarrar una pala o un pico, sin levantarse temprano para vencer en la vida.
El invasor facilista ese que ofrece espejitos de colores y niega el sacrificio, para hacer grande la patria. El invasor hipócrita ese que hace hablar de democracia y que utiliza la democracia para llenarse los bolsillos de dinero, o para desangrar al estado o para coimear o para lucrar o hacer negocios oscuros…”
Todos sabían a quienes se refería Ossola. Si lo hubiesen escuchado, quizás, se habría podido evitar todo el mal trago vivido o haber inaugurado una imagen gigante de Martín Miguel de Güemes en la Plaza España.