Su curriculum es extenso y fue periodista de diarios como El Intransigente, Diario Norte o El Tribuno, funcionario público y militante de la Unión Cívica Radical. Ya en el retiro se dedica a escribir y en sus libros refleja la vida política y social de Salta de las últimas décadas.
Las publicaciones están pensadas como una colección bajo el titulo general de “Los protagonistas”, en la primera entrega, ya en las librerías, hace un recorrido sobre la vida del ex gobernador Roberto Romero, escrito en colaboración con Nelson Muloni, Gustavo Iovino, Luis Borelli y Martín Blasco.
A lo largo de su vida acumuló miles de anécdotas, desde la impresión de un diario con mimeógrafo en la clandestinidad en los años 40, a pasear con el premio Nobel Luis Federico Leloir por las calles de Salta, durante una tarde de otoño en los 70.
¿Desde hace cuántos años sos periodista? Porque creo tengo la sensación de que nunca dejaste de ser periodista…
Creo que empecé a hacer intentos de periodismo en el Colegio Nacional a los 16 años. Me tocó participar haciendo periodismo serio pero clandestino, cuando clausuraron el Diario El Intransigente.
Mi padre era amigo de don David Michel Torino, que era el director y creador del Diario El Intransigente, un hombre de una basta trayectoria política también, y estaba preso y el diario clausurado y resolvimos sacarlo y lo hacíamos con un mimeógrafo. El mimeógrafo, en esa época, las maestras lo usaban mucho para hacer las copias para los alumnos. Estamos hablando de la década de los 40.
¿Dónde escondían el mimeógrafo?
Lo teníamos repartido en los autos. En lo del doctor Adolfo Martín, un abogado radical que tenía su estudio en la Calle España, de ahí salíamos con el mimeógrafo, pero un día la policía cae y hace un allanamiento, empieza a revolver todo y no estaba ahí. En la desesperación, Adolfo lo llama a Carlos Saravia, un médico. Cuando llega, Martin le dice que estaban buscando el mimeógrafo, y Saravia le dice “cállate que yo me voy. Olvídate del mimeógrafo y no digas nada” y se va. ¡Claro, lo tenía el en el baúl de la Coupe Nash de Saravia! Después también estuvo en la casa del doctor López Sanabria, en el Encón, que después fue Juez Federal, lo tenía escondido en el pasto y una vez, un jardinero que no sabía que estaba ahí, le metió con el rastrillo y lo rompió en pedazos.
Así que era toda una aventura sacarlo…
Era una aventura.
¿Cuánto tiempo estuvieron haciéndolo así?
Y dos o tres años. Bastante. Por eso ADEPA le da el premio de la Libertad de Prensa a David Michel Torino.
¿Qué significaba hacer periodismo bajo la clandestinidad?
Lucha. Una especie de heroísmo cívico llamémosle. Porque la gente tenia que defender sus ideas, estábamos muy enfrentados con el peronismo, que estaba tomando unos usos muy de partido totalitario.
En esa época, nos juntábamos después de la salida del Colegio Nacional, en el Comité Radical que estaba en la calle 20 de febrero, a donde tenía una vinería Michel Torino, ahí en la parte del fondo nos reuníamos. Ahí empecé a hacer periodismo, al son de tambores de guerra.
¿Cómo era vivir en esos momentos? ¿Cómo lo vivías vos? Porque eras chico…
Claro, tenía 17 o 18 años. Cuando yo me fui a estudiar, hice el servicio militar en el 54. Dos años antes ya me había ido a estudiar a Córdoba. Me toco estudiar en la Revolución Libertador en Córdoba y después volví para acá.
¿Y como vivías en eso tiempos? Porque te tocó vivir todas. Al final de tantos años, ¿Qué te queda?
Te queda el recuerdo de tantas cosas que no sabes por dónde empezar a enumerar para armar algo. Me insisten amigos que escriba las memorias, pero no. Si puedo escribir lo que yo he vivido o he visto, porque me tocó ser protagonista de hechos de esa época.
Cuando yo entré en la Función Pública, que entré en el año 1956 como secretario general del Consejo de Educación, el presidente era Federico Castellanos, hijo de Joaquín Castellanos, en la Revolución Libertadora.
De ahí pase en el 58 al Intransigente, que ya lo habían abierto un año antes y empezamos a trabajar algunos. Y después en el 58 cuando yo ya estaba estudiando en Córdoba, David me dice “vos nietito”, porque me trataba cariñosamente, “tenes que seguir estudiando. Acá vas a seguir de periodista toda la vida. Te damos licencia con goce de sueldo, vos venís una vez al mes o dos veces, como quieras”. Me lo dio y cumplí con el apoyo de él, rendía libre en Córdoba.
Tu militancia política es casi tan larga como tu carrera periodística. ¿Qué fuiste primero?
Yo creo que vino junto. Escribía panfletos y salían en el boletín una vez o cada dos semanas, y en la misma época empecé en el radicalismo. Ahí formamos un ateneo que lo presidia Luis Adolfo Saravia, un hombre destacado de la política salteña. Y estaba también Marcelo Valdez, el Flaco Quiroz y muchos más. Yo era el tesorero, por algo se fundió el ateneo.
En tu vida, te tocaron más gobiernos totalitarios y golpes de estado que gobiernos democráticos…
Si, demasiados, pero siempre, cuando había oportunidad, volvíamos al ruedo electoral. A mi me tocó, por ejemplo, trabajar en el 58, que fue una elección clave y muchas personas comenzaron a actuar en política, como Roberto Romero, que era un treintañero.
También esa época Romero compra el diario Norte Junto a Bernardo Biella y Decavi. En seguida Biella es elegido gobernador de Salta, Decavi diputado nacional y al frente del diario queda Roberto Romero.
Si bien ya no estaba David Michell Torino el Intransigente tenía todavía un gran empuje y se juntaron Romero, Mario Guevara, el Suri Botelli y Cesar Perdiguero a diseñar una estrategia para enfrentarlo y ahí decidieron no darle tanto a la política, el deporte, le metamos con la cultura, que era el auge, y le pegaron.
¿Cómo viviste uno de los hechos más traumáticos en la historia de la República Argentina que lo fue el golpe de estado en contra de Arturo Illia?
Estábamos en el diario El Intransigente. Nosotros sabíamos ya que la mano venía pesada porque nos habían comentado. El Negro Saravia, que era el director del diario, todas las mañanas venia preocupado y decía que tenia una mala espina. Y cuando supimos que lo habían derrocado a Illia, no lo podíamos creer y llorábamos de tristeza.
Fueron momentos difíciles…
Si y pasaron cosas que recién ahora se comienzan a saber.
Por ejemplo…
Escucha esto: Arturo Oñativia era ministro de Asistencia Social y Salud Pública y Leopoldo Suarez dirigía el de Defensa nacional. Días antes del golpe, que fue el 28 de junio de 1966, el general Carlos Augusto Caro se reúne con los dos y le dice que le había advertido al presidente Illia de la asonada militar, pero que le había contestado que siga trabajando, que no quería saber nada, que había cosas importantes que resolver, que pensaba que las cosas no llegarían a mayores.
Oñativia le pregunta: “¿qué queres de nosotros?”
– Que me apoyen respondió Caro
Ante esto Oñativia y Suarez entran a verlo a Illia y le cuentan. El presidente les dice que había que pedirle a Caro “que no hagan nada porque sería el comienzo de la guerra civil y no quiero que muera un argentino por culpa nuestra”.
Vos eras periodista, tenías una afiliación política, ¿qué hiciste después del golpe?
Cuando viene el golpe, pasan como seis meses, y viene como interventor militar de la dictadura de Juan Carlos Onganía, Héctor D’Andrea, y comienzo a trabajar en la Gobernación, pero estoy poco tiempo y me quedo sin laburo y me llama el abogado Víctor Martorell, en el 67, y me dice “Roberto Romero quiere hablar con vos”. Y ahí me dice que necesitaba que entre al Diario Norte, y entré. Ahí me dice si me animaba a fortalecer la redacción de Jujuy, porque habían renunciado nuestro corresponsal ahí. Me fui a vivir un año a Jujuy, en donde estaba como interventor provincial Darío Arias.
¿Cómo arrancas los 70?
Arrancamos los 70 con problemas ya. Nosotros estábamos en el Diario Norte que justamente imprimíamos en las maquinas de El Tribuno y la dirección la teníamos en la calle Güemes y Romero nos decía que hagamos el diario que queramos, si queríamos meter radicales o lo que sea, que lo hagamos.
O sea que estaba El Intransigente, El Norte y El Tribuno…
Si, los tres y con el Norte levantamos una barbaridad y empezamos a abrir mas el Norte y hacíamos mesa redonda con radicales, peronistas, se trabajaba muy lindo, pero duró poco, sólo un año y en el 72 empezó el enfrentamiento entre Romero y el jefe de la guarnición militar. El militar, que no me acuerdo de su nombre, recoge una serie de denuncias contra Romero y las eleva a Buenos Aires, pero antes tiene un enfrentamiento personal con Romero, y lo meten preso.
Pasaron los años y toda esa carpeta que habían armado, la resucitan en la época del proceso militar. En el 77, cuando ya estaba Roberto Ulloa vuelven con todas las denuncias, pero eran denuncias muy jodidas y que no había pruebas. Cuando lo llaman a Ulloa a Buenos Aires para que explique de que se trataba, él dijo “no tengo nada que ver, ni me quiero meter”.
¿Que decían esas denuncias?
Jaime Sola, que era un militar retirado, cuenta en un libro póstumo, que a principios de los 70’ en la Finca San Alejo, de propiedad de Roberto Romero, se entrenaban tropas de la guerrilla de la resistencia peronista. Ulloa, en una reunión en Buenos Aires, dijo que fueron a la finca y revisaron toda la zona de la Caldera, y que no había, ni hubo nunca nada por el estilo.
Después volves al Intransigente…
Ya para mediados de los 70 me voy del Norte porque ya se había ido y me llama Bernardino Biella y me dice “venite, vamos a reflotar El Intransigente junto al Loro Giacosa y Marocco”. Faltaba guita y empezamos con la búsqueda socios. Ahí le digo que yo podía hablar con los tabacaleros y lo convencemos a Miguel Ángel Martínez Saravia. El Intransigente dura hasta el año 1982.
¿Cuándo empezó tu relación con la Universidad Católica?
En los 70, mientras estaba en El Intransigente, bajo la de Miguel Ángel Martínez Saravia. La Católica empieza en el 60. Me acuerdo que publicábamos noticias de la universidad y venían a la redacción trayendo los partes dos changos que estaban estudiando en esa época, que eran Ricardo Gómez Diez y Saravia Toledo.
¿Pero vos entras como director de la carrera de Periodismo?
No, yo entro como un periodista más junto a Paz, Robledo, Giacosa, Peña y Castro, y fui el único que quedó pasados unos 4 o 5 años.
Ahora, eso era el núcleo en si de la carrera…
No, siempre estuve. Yo ya me quería ir, me retiré hace dos años, antes de la pandemia, pero Sigo trabajando, colaborando y sigo haciendo periodismo.