Astrónomos de la Universidad de Pekín, en China, detectaron una misteriosa señal desde el espacio exterior. Durante 82 horas, en un total de 91 horas de observación, el radiotelescopio esférico de apertura de 500 metros de la universidad registró 1.863 ráfagas de radio rápidas y repetitivas provenientes de un objeto llamado FRB 20201124A.
Este comportamiento hiperactivo permitió que los científicos puedan identificar de dónde viene la galaxia, su distancia de la Tierra y qué es. La mayoría de las pruebas apuntan a una magnetar, una estrella de neutrones con campos magnéticos fuertes que expulsan, en un período equivalente a la duración de un relámpago, grandes cantidades de alta energía en forma de rayos X y rayos gamma.
La mayoría de las ráfagas de radio rápidas registradas estallaron solo una vez, lo que las hace difíciles de estudiar y de entender. En 2020, por primera vez, se detectó una ráfaga de radio rápida dentro de la Vía Láctea, lo que llevó a los científicos a rastrear el fenómeno hasta la actividad del magnetar.
«Estas observaciones nos llevaron de vuelta a la mesa de dibujo», afirmó el astrofísico Bing Zhang de la Universidad de Nevada, en Las Vegas. «Las ráfagas de radio rápidas son más misteriosas de lo que imaginamos. Se necesitan más campañas de observación de múltiples longitudes de onda para revelar aún más la naturaleza de estos objetos», añadió.
Sin embargo, la fuerza de esta ráfaga era demasiado grande para ser solo eso. «Tal entorno no se espera directamente para un magnetar aislado. Algo más podría estar cerca del motor FRB, posiblemente un compañero binario», indicaron desde la Universidad de Pekín. Ese compañero podría ser una estrella azul caliente de tipo Be, que a menudo se encuentran en compañeros con estrellas de neutrones.
Si un objeto con una masa significativa entrara al sistema solar, alteraría drásticamente las órbitas de todos los planetas. Un magnetar promedio tiene de una a dos veces la masa de nuestro sol, así que los efectos serían destructivos.
La influencia gravitacional afectaría a las placas tectónicas de todos los planetas y los efectos pueden ir desde la creación de nuevos agujeros en la capa de ozono hasta calentamiento excesivo. Además, el bombardeo magnético impediría las interacciones químicas que posibilitan la vida.