En el transcurso de las últimas seis décadas, Argentina experimentó una notable disminución en su participación en el Producto Bruto Interno (PBI) total de Sudamérica, perdiendo más de 22 puntos porcentuales de peso de una punta a la otra.
En 1960, Argentina era responsable del 37,9% del PBI sudamericano. Le seguían en importancia Brasil (26,4%) y Venezuela (12,1%), según datos publicados por Investidores Brasil con datos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En 2022, 62 años más tarde, la situación era completamente distinta. Según las estadísticas, Brasil pasó a tener la economía más importante, con un 50,4% de participación. Argentina siguió ocupando el segundo puesto, pero ahora con un peso de sólo el 15,5% (22,4 puntos menos). Venezuela, por su parte, pasó a ser uno de los países menos preponderantes, con una participación del 1,3 por ciento.
En ese mismo período 1960-2022, creció la participación de Colombia (6,2% a 9,7%), Chile (6,4% a 8,7%), Perú (4% a 6,6%), Bolivia (0,6% a 1,1%) y Paraguay (0,7% a 1,1%). Se mantuvo sin cambios Ecuador, que siempre ha representado el 3,2% del total de la economía de Sudamérica.
La tendencia a la baja de la economía argentina fue reflejo de cambios estructurales, económicos y políticos que afectaron al país y a la región en su conjunto. Según Jorge Day, economista del Ieral (Fundación Mediterránea), Argentina no logró crear las condiciones necesarias para un crecimiento económico sostenido.
Day señaló que para que una economía crezca a largo plazo, es esencial aumentar la población, el capital y la tecnología. Sin embargo, esto requiere una fuente de fondos sólida, lo cual fue un desafío en Argentina debido a sus bajas tasas de ahorro. “Mientras más estable es la economía, más se invierte, pero se necesita del ahorro para tener financiamiento”, comentó Day.
“Argentina tiene desde hace muchos años tasas de ahorro menores que el resto de los países de la región, en parte porque la gente tiende a atesorar en lugar de depositar en el sistema financiero, lo que limita los fondos disponibles para la inversión”, agregó.
“La inestabilidad económica, caracterizada por tasas de inflación elevadas, también contribuye a la falta de inversión. En un entorno inflacionario, es difícil para los inversores hacer proyecciones a largo plazo. La incertidumbre sobre el valor del dólar también complica la planificación económica”, continuó el especialista.
Day destacó que, desde mediados de los años 40, Argentina experimentó períodos de inflación media que obstaculizaron su crecimiento. Aunque hubo un periodo de crecimiento entre 2003 y 2011, la tendencia actual confirma que el país está rezagado en comparación con sus pares regionales. “Si seguimos así, vamos por debajo del resto de los países”, advirtió.
También compartió su opinión Jorge Colina, economista de Idesa, quien destacó el impacto del estancamiento económico y el desequilibrio crónico de la balanza de pagos de Argentina. “El desequilibrio es consecuencia de la emisión excesiva de dinero por parte del Estado, lo que aumenta la demanda de dólares y lleva a controles cambiarios que sofocan el crecimiento económico”, señaló.
“En los últimos 60 años el exceso de gasto fiscal del Estado contribuyó a este desequilibrio, creando una insuficiencia de dólares necesarios para importar bienes de capital y fomentar el crecimiento”, consideró el experto.
Colina también cuestionó la efectividad del reciente superávit fiscal logrado mediante la represión de importaciones y el aumento del impuesto PAIS. “Aunque estas medidas redujeron el déficit, crearon una recesión al encarecer las importaciones y limitar el comercio exterior. El presidente prometió eliminar el impuesto PAIS para dinamizar el comercio, pero esto podría resultar en una escasez de dólares, exacerbando los problemas económicos”, comentó.
Argentina es un país con tendencia a caer en recesión. Según un informe elaborado por Idesa en la evolución del Producto Bruto Interno (PBI), en los últimos 60 años hubo 14 episodios recesivos (además del actual). Estos se presentaron de la siguiente manera:
8 episodios duraron sólo un año y ocurrieron en 1966; 1978; 1985; 1995; 2009; 2012; 2014; 2016.
3 episodios duraron 2 años consecutivos y se presentaron en 1962 – 1963; 1975 – 1976; 1981 – 1982.
3 episodios duraron 3 o más años y ocurrieron en 1988 – 1990 (hiperinflación); 1999 – 2002 (caída de la convertibilidad) y la crisis del 2018.
En el 40% de los años de las últimas 6 décadas el PBI per cápita se redujo. El problema se fue agravando a lo largo del tiempo. Desde 1988 hasta la actualidad se produjeron 8 de los 14 episodios recesivos. “Esto explica el estancamiento del PBI en la última década. La regla es que los ciclos expansivos rápidamente abortan en crisis y éstas son cada vez más frecuentes”, señalaron desde Idesa.
“La principal consecuencia de estos zigzags productivos es el profundo deterioro social. El aumento en la pobreza, la falta de viviendas, de infraestructura, el deterioro de la salud y la educación son fenómenos muy asociados al mediocre desempeño económico. Pero, además, alertan sobre los límites a la política fiscal”, agregaron.
Los resultados de las constantes recesiones están a la vista. Según los datos oficiales publicados por el Indec, en los últimos 20 años Argentina creció un 42%, pero la mayor parte de ese crecimiento se dio hasta el año 2011. Si se toma en consideración sólo la última década (primer trimestre de 2004 a igual período de este año) se observa un crecimiento de apenas el 0,3%.
El futuro económico de Argentina está lleno de incertidumbre. Day enfatizó que uno de los desafíos más grandes es la necesidad de un cambio estructural en la política económica del país. Sin embargo, opinó que lograr un cambio sostenido es complejo, dado que los gobiernos tienden a cambiar las políticas económicas con cada administración. “La falta de continuidad complica la planificación a largo plazo y desalienta las inversiones”, lamentó.
Colina coincidió en que es crucial implementar reformas que promuevan el equilibrio fiscal y mejoren la eficiencia del Estado. “Ahora el gobierno fue rápido al superávit cortando obras e impuestos, pero falta infraestructura; los puertos no funcionan, la hidrovía tampoco”, señaló. “La inversión en infraestructura es esencial para mejorar la competitividad de Argentina en el mercado global y facilitar el crecimiento económico sostenible”, insistió.
En resumen, la disminución de la participación de Argentina en el PBI sudamericano fue el resultado de una combinación de factores económicos, políticos y estructurales. Para revertir esta tendencia, los economistas sostienen que el país debe abordar sus desafíos económicos de manera integral, promoviendo la estabilidad, el ahorro y la inversión en infraestructura. “Solo entonces Argentina podrá aspirar a recuperar su posición como una de las economías líderes de Sudamérica”, afirmó Colina.