Los semejantes que se hallan al paso se han mimetizado hasta ser todos iguales y sólo cuenta llegar antes que el otro. El cerebro ya no piensa, es un chip de carne que trabaja frenéticamente aun cuando debiera descansar. El tiempo ya no alcanza porque se llega tarde aun llegando temprano. La familia es una apurada reunión de seres individuales que han perdido el sentido y el sabor de comunidad. El nacimiento es un trámite más y la muerte ha perdido solemnidad y trascendencia; el hombre ya no muere, desaparece que es muy distinto, es biodegradable, lo mismo que un detergente. He aquí la tragedia del mundo pandémico.
¿Cómo detener la tragedia cuando el último acto ya se ha puesto en escena? El público se vería defraudado. Pero más grave es que el público ya está identificado con el actor y es protagonista de una obra sombría y fatal. El gran escenario de la vida se ha desbordado en surrealismo y desde la butaca piden más y más. Mientras el mundo gire está todo bien, respiran, caminan, comen, ya está; ¿lo demás? ¡qué importa!
Pueden pagar el cable, la Internet y eso les permite vivir una hora por día, el tiempo que dura el noticiero. Ya están informados y participan de la obra; la responsabilidad social está tranquila, yaciendo adormecida sobre el sofá.
Ya no hay que analizar la realidad para tomar decisiones, porque el hombre del cubo gris les dice qué, cómo, dónde y para qué hacerlo todo. El libre albedrío se debilita por el óxido y la herrumbre ¡hace tanto tiempo que no se usa! ¿Para qué? Si el hombre de la caja gris ha ordenado cuál es el camino a tomar y los elementos necesarios para el viaje.
Antes tenían la justicia, pero era muy complicado, ahora la caja gris es fiscal, jurado y juez; ya no hace falta instrucción ni alegato, ahora son culpables hasta que se demuestre lo contrario. ¡Ah, los jueces, es cierto! Ahora son sospechosos de justicia fácil y culpables de mala praxis; siendo que a veces esto sí es verdad. El reo no es malhechor, no qué va, es la víctima del desastre causado por la caja gris. No mata, sublima un problema social y le corresponde protección humanitaria como víctima del sistema que es.
La bataclana es filósofa y sacerdotisa de la nueva observancia del cuerpo, que tampoco envejece, se recicla. Es poetisa de los versos abstractos e incomprensibles, ¡pero tan exitosos! Porque la masa los consume ávidamente por consejo de la caja gris. Ella predica la devoción al eros desbocado y libre, sin prejuicios sobre praxis bi, homo, heterosexual, un prejuicio de arcaicas criaturas devotas de la insana castidad y la insostenible y pérfida fidelidad. Víctimas del catolicismo perverso… y pervertido.
¡Construid el hombre del Tercer Milenio!, grita la bestia, y la caja gris modela un flogger, un emo, un heavy, un gótico, un dark, un LTBG…HIJKLM… ¡Hacedlos estúpidos y satánicos! Y la caja gris los bate en filmes de pseudoterror y playstation. ¡Videogames Sí, libros No! Vocifera la bestia y el ministerio destruye la educación, paradójicamente, en nombre de Dios.
La Luz se debilita en la conciencia cósmica y se enciende la fiesta negra de la ruindad humana. La entrada es libre y la consumición irrestricta. Danza frenética hasta alcanzar el Nirvana difuso del cannabis y postrarse exánimes frente al delirium tremis violento y desproporcionado. ¡Decadencia, decadencia!, claman desde las tinieblas y las masas despeinadas y fluorescentes se agitan más rabiosas y enardecidas en el extravío del tecnomundo digital. Procaces vocablos estampados en la pared anónima gritan la decepción y la nada de un alma exhausta y raída.
De pronto, un filoso silencio se hace. El Apocalipsis se dibuja en el horizonte donde antes había un arco iris y desde una herida púrpura bajan los Cuatro Jinetes. ¡Es el castigo de Dios!, grita un alma señalando los corceles y sus erguidos jinetes. ¡No, no es culpa de Dios!, se escucha a las espaldas de los absortos que miran acercarse el fin. Se dan vuelta y encuentran al Viejo Sabio que mansamente dice: “Esos jinetes no los envía Dios, los liberasteis vosotros. El primero es blanco y trae montado un arquero, es la guerra que habéis provocado con vuestra soberbia. El segundo es bermejo, representa la ira y la sangre que la guerra provoca. El tercero es negro, es la devastación ambiental, el bosque quemado, el petróleo derramado desaprensivamente, los campos yertos. El último resume el trabajo de los tres primeros, es amarillo: el color de la peste, de las enfermedades que vosotros habéis provocado con vuestro desprecio por el cuerpo y la naturaleza. Es el color de la muerte”.
Otra vez el silencio, todos vuelven la mirada hacia el espectáculo pavoroso. Los jinetes se aproximan y a sus espaldas un destello claro y refulgente como la plata derretida se abre como un sol. El Viejo Sabio dice: “¡Hombres y mujeres! ¡Esa luz que veis es la esperanza! Es la última oportunidad que tenéis antes que los jinetes lleguen y ejecuten su labor. ¡Aún podéis detener el Tiempo! ¡Apreciad la misericordia y la paciencia de Dios! El Tiempo depende de vosotros”.
El Viejo Sabio volviéndose, se pierde en la bruma que rodea a la humanidad jadeante… Desde la bruma, se escucha la voz que dice: “Parece un relato confuso, sin embargo, es mucho más claro de lo que se cree. Comprenderlo, depende de vosotros”.