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Ayer Piccolo… hoy Cordeyro

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Salta vuelve a vestirse de luto con la muerte del comisario Vicente Cordeyro, otro servidor público ejemplar víctima de la violencia y la inoperancia institucional. El hecho, lamentable, denuncia la fragmentación interna de la Policía, la falta de liderazgo en el Ministerio de Seguridad y el peligro de una justicia que no protege ni esclarece.

Ayer Piccolo… hoy Cordeyro - Revista Salvador

Debemos comprender que la seguridad es un asunto de toda la sociedad, que la apatía ciudadana permite que la violencia crezca y que la política debe asumir su responsabilidad para garantizar la vida y el orden.

Nuevamente los titulares se tiñen de sangre en Salta. La prensa derrama noticias, comentarios y argumentaciones sobre el luctuoso final de un hombre íntegro; el comisario, Vicente Cordeyro, cuyo cuerpo apareció en un lugar ya emblemático para el crimen, las serranías de San Lorenzo.

El suceso ya es noticia y durará en los portales el tiempo que la agenda de medios considere rentable. Más allá y por una vida, el dolor transitará los corazones de una familia que no hallará consuelo, porque las muertes inexplicables afectan al equilibrio más íntimo de las personas. Y esta, es una muerte inexplicable. O quizás no…, aunque su razón esté más allá, mucho más allá de lo “política y editorialmente correcto”.

Sencillamente porque vivimos tiempos incorrectos, donde los valores y las categorías que son esenciales al Bien han desaparecido de la vida pública. De la función pública. De no serlo así -por ejemplo- hoy no estaríamos lamentado este deceso.

Las serranías de San Lorenzo parecen haberse convertido en el Vía Crucis, en un Gólgota donde son ejecutados los inocentes. ¿Qué nos pasa? ¿En qué hemos convertido a nuestra sociedad?

Dirá, tal vez, alguno ¿Por qué “hemos convertido” si nosotros no hemos hecho nada? ¡Y allí está la respuesta a lo que nos pasa: ¡No hemos hecho nada! No estamos haciendo nada. La misma apatía con la que ya no nos interesa votar, es la misma que aplicamos para con las situaciones que nos vienen cercando.

Murieron las turistas francesas, pero como no éramos ni turistas ni franceses, lo vimos pasar. Murieron las chicas del Barrio San Carlos, pero como éramos ni chicas ni de ese lugar, lo vimos pasar. Apareció “suicidado” el comisario Pícolo, pero como no somos policías, lo vimos pasar. Asesinaron a Jimena Salas, pero como no somos Jimena, lo vimos pasar.

Se “suicidó” el acusado de asesinarla, pero como no estamos presos en la alcaldía lo vimos pasar. Apareció uno con cinco tiros en la cabeza, pero como no andamos en cosas raras, lo vimos pasar. Hoy, aparece muerto un comisario que con valentía nos dijo que estamos penetrados por los carteles de la droga, pero como no nos drogamos lo estamos viendo pasar…, mañana, vendrán por nosotros y no habrá quién nos defienda, porque los otros estarán viéndonos pasar.

La paráfrasis del poema atribuido a Beltort Brech, hoy nos acucia, nos interpela, nos invita a que comencemos a preocuparnos porque son muchas muertes extrañas, ninguna con resolución. Muertos de aquí, de allá, de distinta condición social, curiosamente ninguno se drogaba, pero parece que sabían quién sí lo hacía, otros quién vendía, otros… Hay un macabro hilo conductor como el de Ariadna en todas estas muertes que nos conduce irremediablemente a los ciudadanos a mirar hacia la Ciudad Judicial, frente a la cual, como frente a las Murallas de Jericó, parece que deberemos decir “Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad.” (Josué 6:16, Reina-Valera 1960).

¿Sólo qué en nuestro caso, hemos de preguntarnos ¿A quién se ha entregado la Ciudad Judicial?

Ni un solo atisbo de verdad hemos hallado en todas estas muertes sospechosas. Peor aún, las sospechas recaen sobre inocentes. ¿Hemos de terminar diciendo con Voltaire, “Es peligroso tener razón en asuntos en los cuales los hombres establecidos en el error son poderosos.” (Lettre à Monsieur le Riche, 1765?

Otra paráfrasis que nos viene al caso; cuando Bill Clinton dijo lo mismo pero refiriéndose a la economía, allá en alguna campaña política. Aquí, el problema es político y tal vez tenga que ver con la ineptitud de quienes ocupan el Ministerio de Seguridad. Una inoperancia que ya se cobró la vida de dos descollantes policías.

Porque aquí reside el problema: el eje Ministerio de Seguridad -Jefatura de Policía, es un tandem que exige conocer el pensamiento y la organización de la Policía de Salta. De toda policía. No puede ser ministro de esa área un militar ni un civil que no esté embebido del pensamiento policial.

Por experiencia sabemos que todo cuerpo uniformado tiene como principio rector el “esprit de corps”, ese espíritu de cohesión que garantiza disciplina y pertenencia. Pero en la Policía, a diferencia del Ejército, ese principio se fragmenta: no existe una verticalidad pura, sino una red de pequeñas corporaciones que orbitan en torno a cada comisario. Por eso, el jefe de Policía, nunca puede ser un “amigo” del poder; nunca hay que nombrarlo “a dedo” ¡Tiene que ser un líder!

Siguiendo esa línea de pensamiento tampoco el ministro del área puede ser un burócrata de escritorio, un atildado que use perfume francés ni mucho menos un necio, ni un ególatra, sino ¡Otro líder! Pero político. Porque la seguridad -lo decía el general Perón, en su excelente trabajo “Sobre la Defensa Nacional”-, “No es únicamente asunto de los uniformados”, sino que “en su solución entran en juego todos sus habitantes, todas sus energías, todas sus riquezas, todas sus industrias y producciones más diversas…” y agregaba también en el mismo texto, algo como: “Si se quiere la paz, el mejor medio de conservarla es prepararse para la guerra.”

Estamos en guerra, lo había denunciado el comisario Cordeyro, y había explicado quiénes eran los enemigos y hasta dónde se localizaban. Cordeyro era el hombre que mejor tenía claro cuál era el mapa geopolítico del narcotráfico en Salta. Y había denunciado también a quienes desde sus sillones no estaban cumpliendo con su deber.

La razón política, que muchas veces demuestra que la política no tiene razón; impone aquello que Aristóteles llamaba “El justo medio de la prudencia”, virtud que el Procurador de la Provincia de Salta, Pedro García Castiella no ha sabido ejercitar al defenestrar públicamente a su antecesor, el Dr. Abel Cornejo y al ahora extinto ex jefe policial, Vicente Cordeyro, acusándolos de generar “teorías conspirativas y pretender echar un manto de incertidumbre sobre lo que pasó». Debe, García Castiella, aprender de los curas, ellos tienen dos mil años de manipular gente y ante acusaciones públicas, dejan pasar y callan. Ahora, la muerte de Cordeyro, lo deja expuesto. Muy expuesto.

Esta muerte de Cordeyro es como los cometas, trae cola y esta se extiende cada vez más en tanto más se acercan al Sol… ¿se entiende? Y un dato real es que el estado de deliberación -y para decirlo en criollo- de “calentura” de la fuerza policial va “in crescendo”. ¿Van a esperar a que línea de coordinación final se rompa?

Políticamente hablando, ese “justo medio de la prudencia” política, aconseja que inmediatamente sean separados de sus cargos el ministro de Seguridad y el Jefe de Policía, única manera de calmar los ánimos internos. No se tome esta expresión como una “teoría conspirativa” al modo García Castiella, sino como una recomendación en bien del Gobierno provincial a quien primero que a nadie daña esta situación.

En una de sus obras, Shakespeare, hace decir al personaje: “¡Oid, ha muerto un buen hombre!” Si, hoy en Salta, ha muerto un buen hombre. Un amante esposo y un excelente padre. Un hombre que no tenía ningún motivo para suicidarse o para morir así. Compañero de su esposa desde los días de la academia policial, la misma, con una carrera policial impecable había alcanzado el grado de comisario general y hasta rozó la designación de Jefe de Policía, frustrada por algún dedo del poder. Cordeyro era un servidor público que tenía todos los motivos que un hombre de bien tiene para querer vivir intensamente.

Ya lo hemos dicho varias veces, la coyuntura impone un recambio profundo en el gabinete, en las primeras y segundas líneas. Las próximas elecciones del 26 de octubre ya son un trámite. Quedan dos años más de gobierno en que hay que fortalecer la institucionalidad. Eso sólo será posible, como diría Alem, con “Buena política”. Y buena política según el líder radical, es “Ciudadanos probos, ciudadanos capaces, con los bolsillos flacos y con mucho patriotismo”.

Este es el gran desafío de la hora para Salta.

Quien escribe estas líneas, también tiene muchos, demasiados, motivos para vivir. Digo, públicamente y por las dudas, que no tengo ninguna intención de suicidarme.

Por Ernesto Bisceglia

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Director

Eduardo Huaity González

Salvador® es una publicación de
Editorial ABC S.R.L.
Gral Güemes 1717
Salta, Argentina