Desde que semanas atrás Sergio Massa asumió como ministro de Economía con autoridad sobre otras áreas como Producción, Agricultura y Energía, el presidente Alberto Fernández no gobierna más. Perdón la audacia y la falta de respeto a la investidura presidencial, pero solo se dedica a causar vergüenza ajena en actividades protocolares o actos públicos sin mayor trascendencia.
Y, como no podía ser de otra manera y con el sólo objetivo de terminar el mandato constitucional de manera decorosa (y por qué no competitiva electoralmente en el sueño presidencial del propio Massa), el gobierno nacional experimenta un inequívoco viraje hacia la ortodoxia económica.
Sin mayores detalles, un par de recientes medidas confirman ese “giro a la derecha”: el Tesoro no gastó y devolvió $10 mil millones al Banco Central; el economista liberal y ortodoxo Gabriel Rubinstein fue designado como secretario de Programación Económica (y virtual viceministro de Economía); se concretó la reducción de los subsidios a los servicios públicos de energía, gas y agua que, según fuentes off the record del propio gobierno, generará un ahorro 3 veces más grande que el que proponía el entonces ministro Martín Guzmán; bajo la consigna “orden fiscal” se rebajaron en más de $210 mil millones paridas presupuestarias en las áreas de Obras Públicas, Desarrollo Productivo, Transporte, Salud y Educación.
Una acción que confirma esa dirección elegida es que el primer viaje de Massa al exterior será a Estados Unidos (también irá, días después, Alberto Fernández) para pedir asistencia financiera al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial, al Banco Interamericano de Desarrollo y a inversores privados.
Pero, política argentina al fin, ese rumbo puede cambiar.
“Unió a todos: al peronismo, a los movimientos sociales, a todo el progresismo” decía casi a los gritos un presentador de noticias que profesa la fe del converso a sueldo y suele propalar información de los servicios de inteligencia en sus programas de radio y televisión.
“Cristina unió a todos” decía casi a los gritos. El comentario era en inevitable alusión a las repercusiones políticas y callejeras del pedido del fiscal Diego Luciani de condena, a 12 años de prisión e inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos, contra la vicepresidenta y ex presidenta de la Nación en la causa que investiga supuestos hechos de corrupción en la obra pública en la provincia de Santa Cruz durante su gestión.
En efecto, eso sucedió: funcionarios de gobierno, dirigentes de todo tipo y tamaño dentro del peronismo, referentes de organizaciones sociales, idiotas útiles de los partidos de izquierda y muchos otros respaldaron con documentos públicos y mensajes en redes sociales a la vicepresidenta que se autopercibe “perseguida” y “proscripta” para las próximas elecciones.
Algunos de todos ellos incluso llamaron a “paralizar el país hasta que se vayan los jueces” o “parar hasta que haga falta”. Otros, un poco más lúcidos, notaron que esa recuperación de la “épica peronista” puede ser una herramienta muy útil para evitar una segura derrota electoral y la consecuente salida del gobierno en 2023 y ya trabajan para hacerla durar todo lo que sea posible.
De hecho, ya comenzaron los preparativos para un multitudinario acto popular que retemple a la militancia kirchnerista, sume a los peronistas siempre preocupados por la justicia y a la izquierda siempre colaborativa y asuste a los adversarios: una opción es el 17 de octubre en coincidencia con la fecha fundacional del peronismo pero queda muy lejos en un país en permanente convulsión económica y la otra es, más probable, en un par de semanas, antes del 10 de septiembre, cuando sus abogados ejerzan el legítimo y nunca negado derecho a defensa de la vicepresidenta.
Si esta convocatoria a la militancia y las conversaciones que la propia vicepresidenta tendrá con gobernadores e intendentes (desde el Instituto Patria ya comenzaron los primeros sondeos) tienen por resultado un “operativo clamor” y la posibilidad de Cristina Kirchner candidata a presidenta en 2023, el “giro a la derecha” del gobierno puede frenarse e incluso transformarse en un “giro a la izquierda” siempre en lo simbólico y discursivo, nunca en la realidad material.
Sea como sea, mientras el desgobierno nacional de Alberto Fernández va hacia un lado y puede ir para otro, mientras el kirchnerismo y sus esbirros juegan a la política, la inflación y la pobreza continúan siendo un inmoral escándalo y afectan a millones de argentinos.