Aún andamos tocados en los ánimos, en las soledades, las rupturas, el lenguaje marcial de mandatarios, las separaciones, los suicidios, las enfermedades físicas y mentales, las muertes sin despedida. La economía familiar, la empresarial y la administrativa también están afectadas y a la vez, pretendemos seguir hacia adelante como si tal cosa. Porque, ¿si no es “tal cosa”, entonces, ¿qué es, y cómo es?
Inquietud, expectación serían palabras con las que describir la sensación del momento presente. Quiero y no quiero informarme, saber y no saber lo que me/nos van contando. El lío, el embrollo informativo, la constatación de cómo los medios se van posicionando, alineando mientras alienan las propuestas y cercan territorios mentales y demás espacios donde respirar aire puro. Pues sí, tristeza. Inevitable tristeza. Y entonces, entre los ciudadanos, vecinos, amigos, comentamos esta especie de película dramática en la que en un ventoso día de invierno nos reunimos en la cocina para ver qué ropas, comida, podemos enviar como parte de la ayuda humanitaria para los refugiados (¡qué raro suena! – como si tuvieran un refugio…) de una guerra (iba a escribir la palabra en mayúsculas, pero no me atrevo) que está ahí reclamando la atención absoluta por los tintes de amenaza nuclear que tanto metraje genera.
Y todo eso, siendo conocedoras del doble juego de unos líderes políticos y económicos que parecen apostar en una especie de Monopoly de bitcoins, euros y dólares. Pues porque si al día siguiente de iniciarse la invasión de Rusia a Ucrania, la U. E y EE. UU amenazan a Putin y a algunos de sus ministros con bloquearles los fondos de inversión en sus bancos (o sea, bancos estadounidenses y europeos), es que Vladimir ha invertido en los bancos de los países del otro bando. Él quiso y los otros, normalmente trajeados de azul, que es más televisivo, también quisieron: esto es, te ponga o no te ponga, ahí vamos a airear esta especie de pornografía financiera consentida. Por decir algo, por intentar definirlo en imágenes ya que, si no, ni lo vemos. Lo oímos, y no reaccionamos. Y así mismo, mientras dura la conmoción, nuestro gobierno vota, junto a la derecha y la extrema derecha, en contra de una agencia estatal de energía.
Pero esto es solo el punto número uno de la lista pues el gobierno español también aprueba una ley que implica que el fondo de pensiones va a ser drásticamente minado en los próximos años al ofrecer la opción de ahorro al empresario si el trabajador contrata su pensión con fondos bancarios. Por si fuera poco, a menos de una semana del inicio del conflicto, el rey emérito de España Juan Carlos I es absuelto de 13, sí, 13 delitos fiscales probados, pero, algunos, prescritos y los otros, no punibles por ser vos quien sois, su majestad.
Y yo, aunque con pelo bien corto, me llevo las manos a la cabeza y me rasco el cogote. Quizás porque es cierto: soy un tanto ingenua y quiero vivir con confianza y esperanzas. ¿Por qué no? Y entonces me pregunto, cómo encontrar el tono justo para pronunciar palabras que contribuyan a la cordura y la sanación si vivo en un país enfermo, en un continente enfermo, en un sistema que potencia la enfermedad y en una sociedad que la refleja, aunque en el fondo, esto todo, no sea sino un reciclaje de reciclados: una historia ya contada, una historia interminable.
Pienso en la Argentina y me imagino a alguien de allá, allá, leyendo sobre España y sobre Europa y pensando el equivalente a “ya os vale” Y lo entiendo. Por eso muchos de los que andamos acá quisiéramos disolvernos en una dulce solución, y seguir adelante con la verdadera tarea de honrar y regenerar la tierra que nos nutre, recoger y aprovechar los recursos hídricos, alinearnos con la naturaleza y soltar tanto exceso de ego que necesita pisotear y hasta matar para encumbrarse.
Un proverbio zulú dice que para educar a un niño hace falta una tribu. Y necesitamos más que nunca de una tribu real y cercana, quizás ni grande, donde los sueños no estén polarizados por una factoría de dibujos animadores de mundos sobre buenos y malos. Necesitamos, mucho mucho, sonreírnos al cruzarnos por la calle, hablarnos, aunque sea del tiempo, escucharnos, aunque el discurso se parezca al de ayer. Pero hoy es nuevo. Todo es nuevo de nuevo, si ponemos atención en lo que realmente ocurre en nuestro presente.
Gracias por estar ahí, al otro lado de mi ex-presión, de esa presión que sale de mi boca, de mis dedos, de mi cuerpo entero, de esas palabras salidas de la prisión del pensamiento y que ahora se alinean en frases con las que narrar un relato que, sinceramente, preferiría no alimentar. Porque estamos jodidos. Mucho. ¿O es el estado de shock? Por eso, porque ni lo sé, voy a concentrarme en las lecciones y las soluciones al momento actual. Buenos tiempos para la lírica, la poesía, las artes, la creación. Buenos tiempos para la honestidad, para desvelarnos sin acritud, honrarnos sin reproches, arrepentirnos sin dramas y cuidarnos los unos a los otros: una de las mejores medicinas.
Europa está enferma, Putin está enfermo, los ucranianos armados, los rusos armados, todos enfermos. Nosotros, enfermos, Estados Unidos, otro país enfermo, con millonarios enfermos (anoto como curiosidad que, no sé por qué, en España a los millonarios rusos la prensa les denomina, oligarcas o magnates) Y yo, me rindo. Es la una y cuarto de la mañana y me voy a dormir, ¡ya! Pero también me rindo porque suelto el querer comprender lo incomprensible. Descansar e integrar desde la calma el día a día, esa es mi elección, por llamarla de algún modo. Si mi rendición contribuye un poquito a la PAZ, en mayúsculas, sí, me rindo, me mezclo aquí mismo entre las tintas con las que escribo que ya basta de thrillers bélicos, por favor. Estamos aquí cuatro días, y parece que uno de ellos es día de colada, y creo que es hoy.