Lo “salvaje” dejo de existir, la “naturaleza” dio paso a la “civilización”. Finalmente, el humano dominó a la naturaleza, esa visión positiva y obsesión por transformar todo a nuestro capricho se hizo realidad. Pero ¿Esto está bien? ¿Es lo mejor que nos pudo pasar como seres humanos? Reflexionemos e intentemos contestar algunos puntos al respecto.
Partamos de que somos la única especie capaz de entender y observar reflexivamente sobre el universo, al mismo tiempo, somos la única especie que lo está dañando y la única capaz de decidir hacer algo al respecto. Deberíamos haber cambiado esta visión en los últimos años, de hecho, muchos afirman que es irresponsable seguir haciendo referencia y citando los procesos de extinción de especies promovidos por nosotros en siglos pasados; pero ¿No seguimos haciendo lo mismo? ¿No es parte de lo que definimos como desarrollo y progreso?
El mito del desarrollo se nutre de la ideología del progreso de nuestra civilización occidental; ideología que se originó en el Siglo de las Luces, pero que fue más tarde propulsada estruendosamente por la Revolución Industrial.
La revolución industrial mostró una capacidad antes desconocida por las sociedades agrícolas para modificar rápidamente los ambientes naturales bajo la premisa de “crear riqueza”. Esta ideología del progreso se reforzó con una mala interpretación narcisista y antropocentrista de la teoría de la evolución de Darwin, que proclamó implícitamente que la especie humana era la más apta y “evolucionada” de todas las especies del planeta por su capacidad para adaptar cualquier ambiente y encauzarlo en el camino del “progreso y desarrollo”.
En este marco, concebimos como necesario uno de los procesos más conocidos y aceptados como civilización, el reemplazo de los ambientes naturales por ambientes “artificiales” aislados, cómodos y “útiles”. Seguimos considerando a los ambientes silvestres como ambientes ociosos, desperdiciados que deben ser “mejorados”. El principal problema es nuestro concepto de “mejorar”.
Pensemos en un ejemplo simple como la ocupación de un lote en un ambiente natural y tengamos en cuenta las palabras que usamos para desarrollar las diferentes acciones. Inicialmente tenemos nuestro lote y comenzamos a “limpiarlo”, reconociendo esta acción como el proceso eliminación de toda o la mayor parte de la biomasa y su biodiversidad asociada, retiramos hojas y ramas secas, eliminamos arbustos y la mayor cantidad de árboles y eliminamos la mayor cantidad posible de “alimañas”, en pocas palabras humanizamos el entorno “esterilizándolo” de silvestría.
Luego de esto allanamos y nivelamos el terreno, reemplazamos suelos, incorporamos sistemas de riego, incorporamos organismos exóticos, muchas veces invasores, y entonces construimos nuestro “hogar”, al cual aislamos aún más y climatizamos, con el consecuente costo energético asociado. En síntesis, habitamos un ambiente “natural” para desnaturalizarlo. Este proceso lo repetimos en actividades productivas, extractivas y recreativas.
Ahora analicemos los sistemas “ociosos” y “salvajes”. Tomemos como ejemplo un bosque cualquiera, el “monte” que rodea cualquier área urbana o rural en cualquier lugar del mundo. Estos sistemas típicamente poseen una alta diversidad no solo de especies, sino también de todas las funciones y procesos asociados a estas especies. Estas funciones van desde procesos menos evidentes como dispersión a más conspicuos como la polinización, incluso procesos claves como la contención de enfermedades emergentes y re-emergentes. Esta situación se complejiza cuando incluimos las interacciones, desarrollándose redes complejas en una dinámica frágil y dependiente de variables críticas.
Estas características pueden ser consideradas abstractas o lejanas de la cotidianidad, pero la estructura y funcionalidad de los sistemas naturales aseguran la provisión de los que actualmente conocemos como servicios ecosistémicos. Ejemplos de servicios ecosistémicos son la regulación y provisión de agua, regulación del clima, control de la fertilidad del suelo entre muchos. Cuando entendemos el rol de los sistemas vivos en la compleja red ecológica a una escala regional, incluso planetaria, recién podemos aproximarnos al valor inconmensurable de los bienes y servicios que proveen.
En una charla de café surgió la noción de que somos humanos que vivimos en un mundo moderno, pero con mentalidad del siglo XIX, más aún, nuestros cerebros y comportamiento general es el mismo que el de los humanos que habitaron el planeta hace 100.000 años. Por eso me atrevo a decir que poseemos los mismos miedos atávicos, basales que aquellos humanos.
Hace miles de años nuestra supervivencia dependía de nuestra capacidad de modificar profundamente nuestro entorno inmediato, actualmente esta situación se invirtió, y la supervivencia de la mayoría de las especies del globo (hasta el 80% según algunas fuentes) depende de nosotros. Debemos encarar nuestra existencia bajo un nuevo paradigma, cambiar completamente nuestra percepción como humanos y nuestro rol fundamental en la trama ecológica de nuestro planeta. Dejemos el concepto de civilización y barbarie solo para obras literarias clásicas.
Como lo dijo Martin Luther King, Jr. «Toda la vida está interrelacionada. Todos estamos atrapados en una red, cosidos en una sola prenda del destino. Lo que afecta a uno, afecta a todos indirectamente».
Enrique Derlindati, Doctorado en Ciencias Biológicas, docente e investigador de la facultad de Cs. Naturales de la UNSa. Responsable de las asignaturas de Biología de la Conservación y Ecología en Comunidades Áridas y Semiáridas. Su investigación se centra en la comprensión de las amenazas a la biodiversidad regional en el escenario actual de crisis ambiental global. Actualmente sus actividades se centran específicamente en las presiones y amenazas de las actividades humanas y el cambio climático en los humedales de los Andes, en especial sobre las poblaciones de especies amenazadas de flamencos altoandinos en América del Sur, además trabaja estimando el efecto de los impactos del cambio de uso del suelo sobre interacciones ecológicas en comunidades de aves y mamíferos en bosques del Chaco en Argentina. Actualmente inició trabajos de investigación sobre el efecto de la fragmentación del hábitat por deforestación en procesos eco-epidemiológicos de enfermedades emergentes y re-emergentes sobre comunidades silvestres amenazadas y su interacción con los humanos.