Revista

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Opinión

Mucho antes del final, el fin.

“…De vez en cuando la vida nos gasta una broma
Y nos despertamos sin saber qué pasa
Chupando un palo sentados
Sobre una calabaza…”. Juan Manuel Serrat
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Livemore, a pocos kilómetros de San Francisco, California. En el cuartel de bomberos hay un foco de luz que está encendido desde 1901, ¡hace 120 años! Se llama la Bombilla Centenaria (Centennial Bulb) y de acuerdo al Libro Guinnes de los Records es el foco de luz que más tiempo lleva encendido en el mundo.

La bombilla ha estado prendida ininterrumpidamente todo este tiempo con las excepciones de algún breve corte de luz y de la mudanza del cuartel de bomberos en 1976. Para trasladarla a su nuevo sitio se realizó un operativo inmenso de cuidados y controles. De hecho, no se animaron a desenroscarla por temor a estropear el cristal. Por lo tanto, cortaron el cable y la mudaron completa.

Al día de hoy el famoso foco lleva iluminando la friolera de 1.036.000 horas. La vida de una lámpara incandescente común es de unas 2.500 horas. ¡Vaya logro el de Centennial Bulb!

El californiano foquito incluso tiene su propio sitio web con cámaras que la enfocan las 24 horas. (Ya van cambiando tres webcams y la lamparita ni se entera). Pueden verla en www.centennialbulb.org/cam.htm.

La historia es curiosa y pintoresca. Pero hay algo inquietante y oscuro detrás de esta lucecita de los bomberos de Livemore.  El cártel de Phoebus es un acuerdo de las empresas Osram, Philips, Tungsram, Associated Electrical Industries, Compagnie des Lampes, International General Electric, Lámparas “Z”, España y el GE Overseas Group, entre otras que existió y existe para controlar la fabricación y venta de bombillas. Ha cambiado su nombre a lo largo de los años, pero como dice el dicho el zorro pierde el pelo, pero no las mañas.

Básicamente el consorcio tiene por objeto asegurar que los focos que se fabriquen en el mundo estén limitados en su vida útil de acuerdo a los deseos de venta de las empresas con absoluta prescindencia de las posibilidades tecnológicas. No estaban dispuestos a fabricar lámparas para cientos de miles de horas. Ni siquiera informar al público del carácter de sus productos.

Dicho de otra manera, se ponen de acuerdo para asegurar la obsolescencia programada. Garantizar que las cosas dejen de funcionar mucho antes que sus vidas útiles naturales. No desean focos que duren un millón de horas, ni teléfonos, ni ropa, ni heladeras, ni computadoras, ni televisores, ni licuadoras, ni estufas, ni autos, ni camiones, ni nada. La industria está atravesada por este verdadero fraude que es la obsolescencia programada no informada.

Los recursos para asegurar la puntualidad de la obsolescencia programada son enormes y eficaces. El control de la química y la mecánica de los diseños lo hacen posible.

La obsolescencia programada en la industria digital es incluso una estafa difícil de disimular. Cuando la obsolescencia no se hace de manera oculta al usuario por software, directamente se limita el número de encendidos de algunos componentes hardware. Y nunca pero nunca de una forma transparente al consumidor.

Todos hemos escuchado alguna vez de nuestros técnicos la frase “…Te conviene comprar uno nuevo antes que repararlo…”. Y uno se queda pasmado y resignado sin entender semejante lógica.

Recuerde, se llama “Obsolescencia Programada”. Consiste en reducir la vida útil de la cosa muy por debajo de sus posibilidades con el propósito de maximizar las ventas y ganancias del fabricante.

Esta inutilidad ex profeso es en rigor una deslealtad de la industria hacia sus clientes y un abandono del estado hacia sus ciudadanos, un maltrato del sistema hacia los consumidores.

Por supuesto que el fabricante tiene derecho a fabricar el producto que mejor le plazca. Pero siempre en el contexto de una buena moral comercial. El emprendedor debe decir clara y nítidamente lo que está vendiendo y el derecho del consumidor es el de estar correctamente informado. El estado en tanto debe velar para impedir la cartelización de la economía y cuidar que los contratos entre las partes sean libres, transparentes y legales.

Además de los costos abusivos que significa ésta extendida práctica para las personas consumidoras, el impacto ambiental es descomunal. La huella de contaminación y la sobreexplotación de recursos no renovables tienen consecuencias ecológicamente estragosas. Felizmente desde hace unos años ha aumentado la conciencia de la ciudadanía sobre estos tópicos. Así se crean ONGs que visibilizan la cuestión y en el nuevo derecho del consumidor aparece la figura del derecho a la reparación, a la repuestería y a la información técnica cada vez con más nitidez y fuerza.

En verdad el capitalismo tiene mala prensa. Injustamente, puesto que es el sistema que hecho cierto que en la actualidad podemos decir que nunca en toda la historia de la humanidad hubo menos pobres que ahora y nunca la pobreza fue menos pobreza que ahora. Es un hecho incontrastable que centenares de millones de personas en el mundo van saliendo de la pobreza siguiendo la marcha de alguna forma de capitalismo.

El capitalismo no ha hecho del mundo un paraíso ni lo hará. Pero es una verdad evidente que las economías inteligentes, solidarias, decentes, abiertas y competitivas hacen que el mundo se aleje del infierno que fue.

Pero eso no excluye que el capitalismo demande una moral capitalista. Por el contrario: exige una moral capitalista. No se puede hacer capitalismo sin conducta moralmente capitalistas. Así como no se puede hacer democracias sin demócratas. Ni paz sin pacíficos, ni república sin republicanos. El capitalismo honrado requiere de empresarios, trabajadores, consumidores y reguladores honrados. De otra manera no se puede.

El sistema capitalista demanda una cultura capitalista y ésta requiere una ética capitalista. Capitalismo sin moral no pasa de ser una rapiña disfrazada de emprendedurismo. La deslealtad comercial, el abuso de posición dominante, las conductas deshonestas y otras prácticas corrosivas son intrínsecamente indecentes toda vez que mediante ellas se pretende una ganancia que de otro modo no se obtendría. Es una conducta rapiñera, anticapitalista.

Dicen los que saben que un día la Mentira le robó la ropa a la Verdad. Y desde entonces la Mentira anda disfrazada de Verdad… hasta que la Verdad se presenta desnuda.

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Revista

Director

Eduardo Huaity González

Salvador® es una publicación de
Editorial ABC S.R.L.
Gral Güemes 1717
Salta, Argentina