El escenario donde tuvo lugar el desarrollo de la Gesta Güemesiana no sólo fue el saltojujeño y altoperuano, sino que junto al enemigo externo se multiplicaron aquellos internos que resultaban más temibles siempre que el español avanzaba a campo traviesa y a cara descubierta porque los otros enemigos actuaban bajo el manto de la oscuridad que favorece a la conspiración. Enemigos que se escondían detrás de rostros amigables que saludaban a Güemes, que compartían con él los saraos –cuando el hombre podía darse ese lujo-, que dictaban secretas sentencias de muerte, ya dentro de la provincia de Salta, ya allende sus fronteras.
Básicamente, podrían señalarse cinco frentes enemigos de Güemes, el ejército español, la escasez de recursos, la oligarquía local, el Puerto de Buenos Aires y la proscripción pos mortem a la que fue sentenciado por los últimos dos. Tal vez, en un juego imaginario pudiese ser que dentro de ese plexo de traidores existiesen algunos tan cercanos que ni él mismo se haya dado cuenta, pero será en todo caso un dato que la historia se llevó al olvido.
El de Martín Güemes fue sin duda el arquetipo de hombre ante el cual se despiertan amores y lealtades forjadas en hierro, así como odios y pasiones descontroladas. Pero jamás la indiferencia; son amados u odiados en la misma intensidad. Los que lo amaron dispuestos a dar la vida por él; quienes lo odiaron, dispuestos a quitársela al precio que fuera.
El día en que Güemes fue elegido gobernador por aclamación popular su cabeza fue puesta a precio. Y siempre el precio de una traición más allá del monto es un precio vil. Porque sólo los miserables son capaces de asesinar desde la oscuridad.
En esa clase de alimañas se alimentan las oscuras pasiones que Dante Alighieri condena al Noveno Círculo de su “Inferno”, allí donde yacen para la eternidad los “traidores a sí mismos y a la Patria”.
Los enemigos extranjeros tuvieron más grandeza frente a Güemes porque era aquella una época en que aún en las guerras se observaban ciertos códigos, especialmente en el ambiente de la milicia. La lucha fue franca, cada uno sabiendo hacer mejor para lo que estaba preparado. Los godos aplicando sus estrategias que los habían convertido en uno de los ejércitos que se habían batido con Napoleón, y el gauchaje mimetizándose con el monte, diezmando al enemigo con apariciones fantasmales, consagrando la guerra de guerrillas como un arte que se inscribió en los anales del estudio de la estrategia militar. El saldo fue victorioso, como lo confirma la historia, dolorosamente triunfante.
El otro frente, tan angustiante como la guerra misma fue la ausencia de recursos para enfrentar a una fuerza extranjera de esa dimensión. Ése es el momento donde brilla el genio militar de Martín Miguel de Güemes transformando la necesidad en acicate de la imaginación para reemplazar a la logística militar de la época por sucedáneos que tuvieron la misma y hasta mayor eficacia a la hora del combate. Es también el punto de inflexión de aquella tensión social cuando los desplazados y las mujeres, los ancianos y los niños se convierten en combatientes, atendiendo la asistencia a esa tropa formada por milicias gauchas, operando la inteligencia militar, formando verdaderos comandos de comunicaciones que mantenían a los grupos combatientes al tanto de la información casi “en tiempo real” en términos de la época. Tanta valía tuvo aquella sustancia combativa que hasta obtuvo nombre propio para la historia: La “Guerra de Recursos”, que movilizó a todo un pueblo hasta hacer decir que aquello fue verdaderamente “La tierra en armas”.
El tercer frente de Güemes fue quizás el más ingrato porque fue la traición en su expresión más villana, urdida y operada por los aquellos que de no haber mediado Güemes y sus Gauchos, habría perdido también sus posesiones. Pero en las crisis es cuando se muestran los valores y categoría más elevadas del ser humano, como así también se liberan en estampida las pasiones más nefandas.
Anidaron primero en Jujuy las serpientes que se arrastrarían hasta Salta con Mariano de Gordaliza y José Manuel Portal, incluso el propio el canónigo Juan Ignacio Gorriti, dos de cuyos hermanos paradójicamente formaron con lealtad incólume al lado de Güemes. En Salta, los adversarios del Prócer se conjuraron en una suerte de partido de cuño español con Liberata Costas de Gasteaburu y Tomás de Archondo, que luego se derramaría en una alianza contra Güemes en el partido de la “Patria Nueva” donde militaron los terratenientes y los comerciantes más enriquecidos con Marcos Salomé Zorrilla, Dámaso Uriburu y en un principio con el propio Facundo de Zuviría, luego converso en benemérito patriota.
Los animaba un odio visceral contra ese “Tribuno de la plebe” –como llamará a Güemes en sus memorias José María Paz- alimentado por las exacciones económicas y confiscaciones a que se veía obligado el gobernador y militar a causa de la ausencia de recursos para defender a la Patria. Tampoco le perdonaban que el gauchaje, la chusma que valía para ellos menos que una vaca ahora tuviera los derechos que le devenían del Fuero Gaucho.
El inmediato nuevo frente –el cuarto- fue el gobierno porteño que alimentaba su desprecio hacia el “bandolero” Güemes informado por los intelectuales y señores sobresalientes del partido de la “Patria Nueva”. Para éstos, el líder del gauchaje era un “Artigas del Norte”, otro odio contra ese caudillo que a la postre le hará perder a la Argentina la Banda Oriental. Para Buenos Aires, Güemes, era un saqueador del recurso público y hasta un falsario porque había mandado a acuñar una moneda ya que la “oficial” que provenía desde Potosí ya no podía llegar porque el paso de la Quebrada de Humahuaca estaba ocupado por el enemigo.
En la historia, ningún golpe de Estado pudo ser sin financiación ni apoyo político externo, y la “Patria Nueva” lo obtenía de Buenos Aires y así desde 1818 hasta el fatídico 1821 la conspiración se alimentó en los conciliábulos que celebraban los oligarcas salteños. Se incitó a la rebelión para deponer al gobernador y cuando este procedimiento no obtuvo resultados se urdió el asesinato.
Otro aportante a la conspiración fue Bernabé Aráoz, auto titulado “Presidente de la República del Tucumán” quien conspiró incluso sufragando fondos para solventar a un sicario que terminara con la vida de Güemes. En ese punto la conspiración adquiere nombre y apellido, el famoso gaucho Vicente Panana, el Judas que medraba en el entorno de Güemes y quien por las monedas debía asesinar a Güemes cuando estuviera tomando su baño. Cual imponente César, Güemes lo descubre y lo interpela, el hombre queda tieso, rígido, entrega el arma y es perdonado por su fallida víctima. Un acto de grandeza de Güemes. Corría el mes de diciembre de 1819.
El segundo intento de asesinato ocurre cuando Güemes se debatía con el frente tucumano y regresando a Salta, Alejandro Heredia encabeza la acción. Güemes al punto de retomar su cargo de gobernador, es topado por Bonifacio Huergo en lo que actualmente es el Campo de la Cruz, trae un trabuco gatillado bajo la capa, dispara y erra. Güemes lo persigue a galope y el fallido criminal busca refugio en una casa donde las damas presentes salen en su defensa. Se dice que entonces Güemes pronuncia en tono irónico la frase: “¡Qué curioso que quien pretende asesinarme tenga por fortaleza los faldones de las damas!”
Pero la suerte está echada y la vida de Güemes tiene los días contados. Una conjura animada por el tucumano Aráoz, el jefe realista Olañeta y un comerciante, Mariano Benítez, permite el paso de una partida al mando de José María Valdez, alias el “Barbarucho”, por la zona de Yacones. La noche del 7 de junio, se posicionan en los aledaños a la casa donde Güemes revisa sus papeles de gobierno. Alertado por la guardia, sale y recibe el balazo que termina con su vida el 17 de junio de 1821, como es conocido.
Por fin, el último frente –el quinto- será la propia historiografía que condenará a Martín Miguel de Güemes a un olvida ingrato durante casi dos siglos, nada menos. Es la historia escrita desde el Puerto, la que pergeña Bartolomé Mitre y que se conoce como la “Historia Oficial”, para la cual Güemes forma entre los caudillos levanticos que inician el proceso de la anarquía en 1820. Esa concepción de Güemes como un caudillo localista y feudal se estudia incluso hoy en las universidades. El buscador Google devuelve la imagen de Güemes entre Juan Manuel de Rosas, Bustos, Ibarra, Quiroga, López Jordán y los demás, cuando para ese momento a Güemes le quedan sólo meses de vida.
Además, mientras esos caudillos luchaban por intereses particulares, cuando eran los patrones de estancia, dueños y señores hasta de ejercer el derecho de pernada, Martín Güemes libraba una lucha inspirada en el sueño de José de San Martín y de Manuel Belgrano de una gran Patria Sudamericana. Pensar a Güemes como un caudillo más es la muestra más acabada de desconocimiento histórico.
Quizás haya que hablar todavía de otro frente –también pos mortem- que enfrenta Güemes, la desidia de los gobiernos actuales que nada han hecho por difundir la Gesta Güemesiana en las escuelas y en las universidades. El país conoce ahora a Güemes, pero conocer no es saber sobre qué hizo y cómo lo hizo. Para qué lo hizo. Nadie, ni siquiera los salteños saben de la estatura histórica del Prócer Gaucho porque no existe todavía una pedagogía güemesiana que ilustre a presentes y venideros sobre este capítulo extraordinario de la Guerra de la Independencia.
En los albores del siglo XXI, Martín Miguel de Güemes todavía continua librando este última batalla.