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La gesta pendiente

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Aquella madrugada del 2 de Abril de 1982 estaba de guardia. Era una noche fresca y tranquila, recién al amanecer al momento de entregar la guardia aquel mundo rutinario del cuartel estaba convertido en un hormiguero. El espacio se llenaba de gritos, de órdenes, de motores que se ponían en marcha, de gente que corría a sus destinos y soldados que se encolumnaban frente a la Sala de Armas.

Por Ernesto Bisceglia

En una improvisada formación el jefe de Unidad pronunció una breve arenga que recuerdo casi literalmente: “Anoche, se ha producido el desembarco de tropas argentinas en las Islas Malvinas. Desde este momento nuestro país está en guerra con Inglaterra. Los que dejan la guardia marcharán a sus casas a buscar ropa y despedirse de sus familiares y regresar a mediodía para recibir sus destinos”.

Hacía apenas dos meses que habíamos vuelto de nuestra gira de fin de curso cuando de pronto a cambio de las ilusiones teníamos un FAL en las manos, una guerra por delante y una Patria a defender detrás nuestro.

Cuando regresamos al mediodía, en cada barrera de las Unidades que formaban la Guarnición Salta, se alineaban hacia el fondo las columnas alistadas de Unimog, Panhart, los tanques AMX-13 y cuanto vehículo formaba parte de la dotación, todos con los bolsos portaequipos prestos a partir, porque la orden era ocupar posiciones defensivas en la frontera con Chile.

El ánimo de la población estaba exaltado, espontáneamente comenzaban a formarse filas de civiles en la puerta de los Cuarteles que venían a anotarse como voluntarios para ir a la guerra, a una guerra que aún no había comenzado. Los había de toda edad y condición. Otros venían a ofrecer sus vehículos, su trabajo. Mujeres que venían a anotarse para cocinar o lo que fuera que sirviera a la Patria. Las imágenes en la memoria aún son conmovedoras, el patriotismo se había derramado por las calles argentinas.

Ya en la tarde de aquella jornada nos mandaron a un grupo a realizar alguna diligencia y como no había vehículos militares disponibles ya partimos en el auto particular de un camarada, un Mercedes Benz color verde, para más. Salimos del cuartel y de pronto, la misma gente que hasta un día antes nos insultaba ahora nos idolatraba. Nos detuvimos en la estación de servicio Florencia y no querían cobrarnos el combustible, por el apuro y el embotellamiento nos lanzamos contramano por la calle Adolfo Güemes –serían las seis de la tarde-, repleta de tráfico y la gente nos abría paso y nos aplaudían. Éramos cinco en aquel vehículo y a uno se le ocurrió comprar unas galletas en un almacén porque no había almorzado. Nos detuvimos y bajamos a comprar y no sólo nos regalaron las galletas sino que el dependiente nos hizo esperar y preparó una generosa vianda de queso, fiambre y pan sin cobrarnos: “Porque ustedes van a morir por la Patria”. La verdad, que la oferta no era muy generosa, dejar el pellejo por un sándwich…

Al regreso de aquella comisión nos alistamos en la Sala de Armas, equipo completo, logística, cargadores, bolsa de rancho, pistola y FAL con bayoneta. Además de quienes nos preparábamos para ir al Colegio Militar de la Nación, estaban dos clases incorporadas prácticamente, la ’62 y la ’63, de modo que no había camas para todos.

Nos tocó dormir todos los días que duró la guerra en el piso del casino de oficiales sobre una colchoneta y con todo el equipo puesto “Porque salimos en cualquier momento”. El piso era de parquet, bastante mejor que las carpas que habíamos dejado un par de semanas atrás en el monte, no había de qué quejarse.

La moral era muy elevada, todos queríamos ir a Malvinas, tal vez por inocencia en ese momento, porque no teníamos idea de lo que estaba pasando –ni de lo que pasaría porque aún la flota inglesa no había llegado-, por un sentido de patriotismo genuino y por vocación militar muchos. Explicar en nuestros días este sentimiento puede resultar difícil de comprender por las nuevas generaciones que han crecido justamente sin el sentido de Patria. Nosotros teníamos mucho entusiasmo, un gran fervor y hoy a la distancia, cuando nos encontramos con los camaradas de aquella época sentimos que nos faltó algo, eso fue ir a las Islas Malvinas.

Los Cuatro Siglos de Salta

Se cumplían justo por aquellos días los Cuatrocientos Años de la Fundación de Salta y se había preparado un calendario festivo muy importante que contemplaba entre otras cosas la visita a esta ciudad del presidente de la Nación, que como se sabe era el Teniente General, Leopoldo Fortunato Galtieri, de triste memoria.

El día anterior -15 de abrilnos destinan a un grupo de diez hombres a partir a la Sociedad Rural de Salta para ayudar en tareas de limpieza porque luego del desfile el presidente Galtieri iba a dirigirse a ese predio a degustar un asado criollo hacia el mediodía. Llegamos promediando la tarde de aquel día miércoles y apenas la gran cantidad de gente que había ya reunida en su mayoría gauchos que habían venido a pernoctar para participar del desfile que al día siguientes se haría sobre calle Caseros, comenzó espontáneamente a aplaudirnos. No sólo no limpiamos sino que pasamos la tarde hasta la noche tomando mates y sacándonos fotos con cuanto paisano se cruzaba. Éramos unos héroes muy baratos, pues no habíamos hecho nada para merecer aquellos homenajes.

Llegó el día 16 y estábamos prestos en la Rural a las siete de la mañana, éramos el grupo que iba a servir al presidente y por razones de seguridad únicamente personal militar podía hacer esa función.

La mañana de aquel 16 de Abril amaneció nublada y fría. Por la Guerra, el presidente Galtieri no llegó a Salta y nos quedamos “sin trabajo” en la Rural mientras en la Plaza 9 de Julio se desarrollaba el Desfile conmemorativo de los 400 años de vida de Salta.

La orden fue entonces servir el asado a los gauchos cuando volvieran del Desfile, pero cuando llegaron los fortines a la Rural los homenajeados fuimos nosotros. Otra vez la sesión ininterrumpida de fotos, los comentarios elogiosos. En el Sur la Guerra se acercaba.

Lo que siguió después en los Cuarteles de Salta fue rutina, siempre con el equipo listo.

La Guerra ya arreciaba en las Islas Malvinas, como sabía inglés y escribía a máquina me destinaron a una oficina donde llegaban y se contestaban los radiogramas. Pude comenzar a comprobar que los resultados no eran los que publicaban los grandilocuentes títulos de “Gente” que decía “Estamos ganando”, o la Revista “Somos”: “Los ingleses van perdiendo”, mientras algunos pasquines de la época se burlaban con tapas de la Primer Ministro británica, Margaret Tatcher personificada como un demonio con cuernos: “Más mala que el Diablo”…

Los civiles seguían llegando a los Cuarteles a inscribirse como voluntarios. En Salta, un cambión blindado recorría las calles con un altoparlante que propalaba la Marcha de Malvinas recogiendo las donaciones de la población para sufragar los gastos de la Guerra. Los salteños entregaron dinero, alianzas, joyas, piezas de valor cuyo destino jamás se conoció.

La Corona de Santa Oliva

En la Basílica Menor de San Francisco los sicilianos residentes en Salta veneraban con procesión y fuegos artificiales a Santa Oliva Virgen cuya imagen se encuentra a la derecha del Templo. Su entonces presidente, Santi Fulco con acuerdo de toda la colectividad llevó la corona de oro de la Santa como aporte de la colectividad al presupuesto de la Patria al entonces gobernador, Capitán de Navío, Augusto Ulloa. Finalizada la Guerra, Ulloa llamó a los sicilianos para retornarles la corona agradeciéndoles su gesto patriótico.

Los chicos del Belgrano

 

Entre las imágenes de aquellos lejanos días quedaron algunas marcadas a fuego, como lasde la tarde en que cuando me hallaba destinado en la oficina de Incorporación me tocó hacer los papeles y pasajes de los ciudadanos cuyo número de sorteo los había destinado a Marina. Allí estaban todos sentados en el playón esperando sus papeles para abordar el tren que los llevaría a Bahía Blanca. El grueso de aquel contingente terminaría embarcado en el Crucero General Belgrano.

Los radiogramas pidiendo por el paradero del “sargento tal” o la situación del “soldado tal” nos daban la impresión de que el final era previsible. Nos habrían retirado los FAL con que hacíamos guardia para llevarlos al sur y nos quedamos con las viejas pistolas ametralladoras, los recursos se recortaban, ya íbamos por turno a comer a nuestras casas y volvíamos porque no había presupuesto.

En ese trajín, una fría mañana de junio observo desde mi oficina subir las escalinatas a dos mujeres de edad mediana. Venían tomadas del brazo y cuando giraron hacia donde yo estaba pude observar que llevaban la mirada fija en un punto indescifrable. No había ninguna expresión en esos rostros; así caminaban, como si fueran una, con una cadencia resignada, hasta que alcanzaron mi escritorio y con la misma mirada perdida en alguna parte, una de ellas sin mirarme dijo: “Vengo a ver dónde puedo reclamar los restos de mi hijo”. No tenía respuesta, nadie la tenía, poco o nada sabíamos de lo que ocurría en las Islas.

A mediados de agosto de ese año de 1982 se dio la baja a la mitad de la clase incorporada, el Ejercito había quedado tan mal que no podía mantener a nadie. La Guerra se había perdido. Sólo los vestimos un uniforme y tuvimos un fusil en las manos sabemos de la emoción que vivimos durante aquellas horas. Los que fueron a las Islas Malvinas tenían un entrenamiento muy elemental, apenas unos pocos disparos hechos en un polígono, uniformes convencionales, comida escasa y un Estado Mayor que no supo qué hacer con una guerra en las manos. La conducción del conflicto fue deleznable, con un Galtieri poseído por su megalomanía que cuando salió al balcón y vio a la multitud pensó que podría reemplazar a Perón. Malvinas fue el epílogo de un periodo nefasto. Soy de los que piensa que es una inmoralidad pretender una pensión de guerra sólo por haber sido movilizado. Los honores y la gloria deben ser para aquellos muchachos que el destino quiso que fueran ellos y no nosotros los que tuvieran que enfrentar al ejército más poderoso de Occidente. Aún sin preparación ni logística, aquellos no fueron “chicos de la guerra” sino gladiadores colosos que casi rinden a la fuerza de tareas de la OTAN. Tal fue el valor y patriotismo con que lucharon que los ingleses los reconocieron como ejemplo de enemigo y hasta ordenaron condecoraciones para algunos soldados argentinos, como el caso de Oscar Ismael Poltronieri, que batió él solo con su MAG a más de cien ingleses mientras cubría la retirada de sus camaradas. Inglaterra lo distinguió con la Cruz al Heroico Valor en Combate.

Malvinas seguirá siendo para nosotros esa cuenta pendiente, una Gesta donde soldados y pueblo se unieron por primera y única vez en un sentimiento común: la Patria y bajo los mismos colores

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Director

Eduardo Huaity González

Salvador® es una publicación de
Editorial ABC S.R.L.
Gral Güemes 1717
Salta, Argentina